Capítulo 21

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"Este".

Eso era lo único que Jonás tenía en la cabeza. Llevaba cuatro días con el mismo runrún. Aunque la alegría del reencuentro con los niños del cole —y que Carlota pareciera más contenta— lo habían aliviado y distraído un poco, aquel "este" seguía pesando sobre el resto de las cosas.

Tampoco ayudó mucho la deliberada ignorancia de la madre de Carlota cuando fue a recoger a su hija a la salida del colegio. Jonás le preguntó a su tutora si con ella era tan desagradable, pero la mujer le dijo que no, que incluso le había agradecido el interés que había mostrado por la niña. Y, entonces, la sensación de que era un cero a la izquierda volvió a multiplicarse. 

Todas esas pajas mentales procuraba escondérselas a Miki. Cuando estaban juntos, intentaba olvidarse de lo que le rondaba por la cabeza y centrarse en él. Las clases de Miki por la tarde, sumadas a sus prácticas de conducir hacían que no pudieran pasar tanto tiempo el uno con el otro, y eso le jodía y le alegraba a partes iguales, porque fingir durante tantas horas resultaba agotador.

La madre de Miki había conseguido su propósito. Ya no era capaz de olvidarse de los comentarios de Natalia. Entre una y otra, lo habían machacado. 

Miki, en cambio, parecía tener una única cosa en la mente: las páginas de alquileres inmobiliarios. El jueves abrió la puerta de la sala de profesores justo cuando Jonás atravesaba el pasillo para ir al comedor. 

—Ven. 

—¿A dónde? —preguntó Jonás mientras se recuperaba del susto de ser asaltado por sorpresa a la llegada al trabajo.

—Te quedan diez minutos para recoger a los niños, ¿no? —respondió Miki con su gesto más pícaro.

—Sí.

—Pues ven.

Con paso seguro, Miki atravesó el aula de informática para llegar al gimnasio, que estaba vacío y a oscuras. Echó un vistazo por encima de su hombro, sonrió a Jonás y le señaló el almacén. Jonás, entornando los ojos, entró. Miki también. La puerta sonó al cerrarse y Jonás se vio envuelto entre los brazos de Miki.

—¿Qué haces? —Trató de escabullirse, pero Miki lo agarró más fuerte.

—Ricky se fue de excursión con los del tercer ciclo, no hay nadie aquí. —Y acto seguido, mordió el labio inferior de Jonás—. Pecoso… sabes de… maravilla…

Jonás sonrió. Miki sí que sabía de maravilla. Y olía delicioso. Se apretó más contra él y se dejó llevar. Las manos de Miki le recorrían la espalda y los hombros, subían a su cuello, a su pelo y volvían a descender. Jonás lo agarraba por la cintura, agradeciendo estar apoyado en el plinto, porque las piernas le sostenían solo a medias.

—Miki… Miki… —protestó con una risita cuando notó que aquello se empezaba a descontrolar—. Miki… Párate que todavía nos pillan…

Con un suspiro de resignación, Miki dejó de besarlo. Juntó sus frentes, parecía intentar controlar su respiración y sus ganas.

—Tienes razón. De todos modos, lo que te quería enseñar era otra cosa.

Sacó el móvil del bolsillo y lo plantó frente a las narices de Jonás.

—Mira este apartamento. 

Jonás miró el enésimo apartamento de mierda que le llevaba enseñando Miki desde el domingo pasado.

—Ya.

—¿Te gusta?

—No sé... 

—Es el único que no tenía muebles de abuela. No es muy grande pero luego ya podré elegir otro con más calma. 

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