Capítulo 13

2.6K 186 463
                                    


Ay, de verdad... ¡Qué maravilla la primavera! Que bonitas las flores, el verde brillante de los campos, los pajaritos que cantan tan contentos y... el sol. Qué fantástico el sol cuando te acaricia la cara. Buah.

Más o menos, por ahí iban los pensamientos de Jonás desde el jueves por la tarde. Parecía nadar en un mar de opiáceos que lo tenían levitando e hipersensibilizado a las bellezas del mundo. La dopamina, la adrenalina y la norepinefrina campaban a sus anchas por su cerebro, arrasando con cualquier preocupación o sentimiento de culpa. El cocktail de químicos tenía el poder; Jonás se lo había cedido gustoso.

El resto de los habitantes de la casa, cada uno a su manera, también se habían contagiado de tal derroche de alegría. Ago y Raoul parecían más mimosos de lo habitual, Amanda se pasaba los días tomando el sol, feliz por dejar el centro durante más de una semana, y Guille... Bueno, Guille estaba como una moto de esas de pata de cabra que tanto le gustaban. Dos días después de haberlo recogido del centro, Raoul lo amenazó con llevarlo a un parque y gritar a los cuatro vientos que ofrecía dinero porque alguien lo cuidara hasta la vuelta de las vacaciones. Sirvió de poco. En ese momento lo tenía encima, explicándole con todo detalle y muchos aspavientos por qué la moto dorada, que agarraba con la mano derecha, era muchísimo mejor que la verde, que sujetaba con la izquierda.

—A ver, Guille, déjame un momento que están llamando.

Raoul estaba tumbado en una de las hamacas que solían tener colocadas en el jardín. Jonás, que llevaba un rato viéndolos interactuar desde la mesa de la terraza, se apresuró a levantarse.

—Tranquilos, que ya voy yo.

—¡No! —gimió Raoul— ¡Que era la excusa perfecta!

Dejando escapar una risita, Jonás se dirigió hacia la puerta de la entrada. Abrió con ganas de saber si Kibo continuaba tranquilo a pesar de la escayola. Sin embargo, no fue a él a quien encontró esperando: Miki, al que se le veía un poco más inquieto que de costumbre, se rascaba la nuca frente a Jonás.

—Parece que me ha gustado esto de que aparezcamos por la casa del otro sin llamar.

Sí, parecía que le había gustado, pensó Jonás. Y también parecía que su corazón no iba a acostumbrarse nunca a aquellas sorpresas.

—¿Pero no te ibas de vacaciones el viernes? —Se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—Hablé con Natalia y le dije que los cuatro días de Semana Santa en su pueblo eran suficientes para mí —contestó Miki entrando en el jardín—. Y luego, pues pensé que no te había dado unos esquemas que había preparado antes de lo de... Bueno, ya sabes... y me dije que igual estaba bien traértelos por si querías adelantar materia o bueno... Que no digo que tengas que estudiar estas vacaciones, pero igual mañana que ya es lunes te da por repasar algo o no sé... A ver, que si quier...

—¡Miki! —El grito de Raoul interrumpió al chico—. ¡Me estás poniendo la cabeza como un bombo!

Miki, avergonzado, miró a Jonás.

—Perdón —se disculpó—. También te traje almendras.

Jonás no supo qué decir. Creía que iban a estar diez días sin verse y, después de la intensidad del encuentro del jueves, hasta había decidido que le parecía bien porque tendría tiempo para recuperarse de la impresión. Aunque claro, le parecía todavía mejor que hubiera acortado sus vacaciones con Natalia.

—¡Hola, Miki! —Ago acababa de salir a la terraza y estaba atravesando el jardín para reunirse con Raoul y con Guille—, vienen todos a comer, ¿te apuntas?

LO QUE ERESWhere stories live. Discover now