Capítulo 2

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Jonás siempre recordaría la primera clase que tuvo con Miki como una experiencia terrorífica. Esa tarde, cuando el chico llegó, Ago le saludó rápidamente y después se fue, excusándose en que tenía que hacer la compra, sin reparar demasiado en la cara de sorpresa de Miki, que dicho sea de paso supo disimular bastante bien, y en los nervios de Jonás quien, al no estar muy acostumbrado a recibir visitas de extraños, se sintió muy perdido y sin saber qué hacer.

Y así los dos chicos se quedaron solos y de pie en medio del salón, mirándose el uno al otro pero sin decir nada.

—Bueno... —Miki acababa de meter las manos en los bolsillos de detrás de su pantalón y, casi sin darse cuenta, Jonás imitó el gesto.

—¿Qué?

—Me siento, ¿vale?

Jonás chasqueó la lengua. Desde luego no estaba demasiado entrenado sobre cómo tratar a un invitado. Sacudió la cabeza con rapidez y él mismo tomó asiento al otro lado de la mesa, quedando así frente a la sonriente cara de Miki. Este, que parecía manejarse bien en ambientes incómodos, se quitó la cazadora y sacó una libreta de su mochila.

— Deberíamos trazar un plan —comentó a la vez que esparcía unos folios por la superficie que tenía delante.

Observando todo el despliegue, Jonás se extrañó:

—¿Un plan?

—Sí —afirmó Miki—. Qué queremos conseguir y cómo vamos a lograrlo.

La mesa continuaba llenándose de papeles y Jonás cada vez comprendía menos.

—Quiero aprobar los exámenes —explicó con las cejas arqueadas, porque creía que Ago y Ricky ya le habían puesto al corriente de todo.

Miki asintió, y además soltó un "ajam" como para indicar que estaba de acuerdo.

—¿Y cómo vamos a lograrlo?

La nueva cuestión impacientó a Jonás. Con rapidez, sus ojos volaron de la mesa a su cara. Entretanto, Miki continuaba tan contento colocando sus cositas sin percatarse de la confusión que estaba creando en su "alumno".

— Oye —espetó Jonás—. ¿Qué preguntas son estas?

Miki no se inmutó demasiado, aún cuando el tono de Jonás no se calificaría de delicado, precisamente.

—A ver, es importante que decidamos las horas y las asignaturas... —comenzó a decirle—. Y también el tiempo que puedes dedicarle cada día para que seamos realistas con lo que podemos conseguir.

—Pues dímelo así —replicó y Miki, que había parado ya de ordenar las hojas, le estudió durante unos segundos que a Jonás se le antojaron eternos.

Finalmente, Miki apoyó sus antebrazos en la mesa e, inclinándose hacia delante, le inquirió:

—¿No querías que yo fuera tu maestro?

Las mejillas de Jonás se encendieron.

—No te conozco de nada —aseguró— ¿Por qué no iba a querer?

— No te estás viendo la cara.

No. Claro que no se la estaba viendo, pero Jonás imaginaba que sería un poema. Sin embargo, tampoco sabía qué otra cosa hacer, porque jamás se había relacionado con alguien que actuara de la manera en la que lo hacía Miki. Por primera vez, se fijó en él con detenimiento y le sorprendió lo seguro y sereno que se mostraba. Ahí entendió el porqué de su perenne sonrisa. Miki parecía más que satisfecho consigo mismo. No había rastro de oscuridad en su mirada. Nada parecía perturbarle, y justo eso era lo que incomodaba a Jonás. Bastante atónito por aquel descubrimiento, solo atinó a responder:

LO QUE ERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora