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Jonás comenzó a encontrarse mal ese mismo viernes al mediodía. La sensación empezó en el estómago, una mezcla de náuseas y un vacío que no tenía nada que ver con el hambre. Le dijo a Kibo que se iba del trabajo, y de alguna manera, consiguió llegar a casa de Ago y Raoul. Entonces, se encerró en el baño, donde los retortijones se convirtieron en arcadas. Con manos temblorosas, sacó su teléfono del bolsillo de los vaqueros y buscó entre sus contactos.

—Raoul, no voy a poder ir a trabajar hoy —consiguió decir entre pausas para respirar.

Desde el otro lado de la línea, Raoul respondió preocupado.

—¿Qué te pasa, Jonás? ¿Necesitas que vaya a algún lado?

—No, no. Solo necesito descansar.

Apenas colgó, se dejó caer junto al inodoro, la frente fría contra la cerámica blanca. La fiebre comenzó a subir, un calor que invadía su cuerpo mientras el resto del mundo parecía alejarse. Cerró los ojos un momento. Realmente necesitaba descansar. Ago lo encontró un par de horas después, a la llegada del trabajo. Su figura se dibujaba borrosa en la puerta del baño.

—¡Jonás! ¿Qué haces en el baño? ¡Jonás! ¡Jonás!

Jonás estaba tan agotado que no pudo ni sobresaltarse. Solo entreabrió los ojos.

—Estoy bien, solo estaba descansando. —Intentó levantarse pero le fallaron las piernas—. ¿Me puedes ayudar un momento?

El trayecto hasta la cama le pareció eterno, apoyado en Ago, cada paso un esfuerzo monumental. Al tumbarse, el alivio fue inmediato, aunque la fiebre seguía bailando en su interior. Volvió a dormirse. Raoul apareció en algún momento con un vaso de agua y medicina en mano.

—Tómate esto, anda. Y descansa. Les diré a Amanda y Guille que no hagan mucho ruido.

Jonás asintió sin protestar. Todo le parecía bien. Solo quería cerrar los ojos.

—Y ha llamado Miki —comentó Ago, cerca de la cama—. Dijo que venía cuando acabara las clases de la universidad.

—No, no —murmuró Jonás—. Dile que estoy bien, que solo quiero dormir otro poco.

—Como quieras.

Sintió la mano de Ago en la frente, apartándole los mechones de pelo. También un beso breve en la cabeza al que trató de responder con una sonrisa. Después se refugió en la oscuridad. Afuera llovía y las gotas repiqueteaban contra el suelo de la terraza. Ese sonido rítmico lo adormeció de nuevo.

Durante toda la semana, Jonás estuvo atrapado en un ciclo de fiebre, malestar y agotamiento que lo mantuvo en la cama. Desaparecieron las náuseas, pero la debilidad y la desorientación persistían, como si su cuerpo entero estuviera en rebelión. Ago y Raoul, preocupados, decidieron llevarlo al médico. Jonás permaneció en silencio mientras le realizaron una serie de chequeos interminables. El médico explicó que no había una causa física aparente que justificara sus síntomas.

—Podría ser el resultado del estrés —sugirió antes de aconsejar descanso y cuidados en casa.

De regreso al chalé, Jonás se hundió aún más en la cama, rodeado de la atención constante de Ago y Raoul. El tiempo se desvanecía en una bruma para Jonás. Comía cuando le traían algo, tomaba la medicina a sus horas, oía pasos y conversaciones y dormía. Sobre todo, dormía. Los mensajes de Miki seguían llegando a su teléfono, pero Jonás apenas tenía la energía para leerlos, mucho menos para responder. Cada vez que lo intentaba, una ola de náuseas y una punzada de dolor lo obligaban a dejar el móvil a un lado y cerrar los ojos, deseando que el malestar pasara. Uno de los días le comentaron que le habían comprado un traje para la boda. Se lo enseñaron y lo metieron en el armario. También le dijeron que no pasaba nada si se seguía encontrando mal, que era más importante él que cualquier boda. Sus palabras se mezclaban con los sonidos distantes de la finca, el viento entre los árboles o el ladrido de los perros.

LO QUE ERESWhere stories live. Discover now