Capítulo 8

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—Hola.

Jonás tuvo que armarse de valor para levantar la cabeza de sus apuntes. Desde el domingo por la mañana llevaba temiendo ese momento. Miki, que estaba apoyado en el marco de la puerta de su habitación, tampoco parecía especialmente cómodo.

—Hola —respondió Jonás.

—¿Qué tal estás?

Vaya pregunta era esa. Tenía cientos de respuestas para darle: "Muy mal, Miki. Me siento ridículo a pesar de que Raoul y Ago me hayan asegurado que es normal tener ese tipo de reacciones después de aquella comida de mierda, que es muy difícil deshacerme de todos los prejuicios que me han ido inculcando desde pequeño en un par de días", "Muy bien, Miki. Ago y Raoul me han perdonado el haberme avergonzado de ser gay, que más o menos es como si me avergonzara de ellos, que han sido las personas que mejor me han tratado en la vida", "Pues no lo sé... ¿tú también opinas que debería de ir a un psicólogo para hablar de lo que me pasa? ¿Para que un desconocido me diga que no soy un puto egoísta por intentar llevar una vida mejor que la que ha tenido mi familia? Porque verás, estuve yendo a uno desde los cuatro a los quince años y bueno..., pues ya ves cómo estoy".

—Mejor.

—Bueno, para eso se necesitaba poco. —Miki entró a la habitación pero no se sentó en la silla. Solo dejó la mochila y siguió caminando hasta la puerta corredera de cristal que daba a la terraza. Una vez allí, se pasó las manos por el pelo. Parecía nervioso—. A ver, antes que nada, me gustaría disculparme por mi comportamiento del sábado.

Los ojos de Jonás miraron desorbitados al chico que acababa de hablar. Por supuesto, Jonás estaba esperando algún tipo de conversación sobre el finde, pero ni de coña se había imaginado que Miki diría algo así. Es más, después de no verle en el colegio ni el lunes ni ese martes por la mañana, creía que estaba enfadadísimo con él.

—Miki —carraspeó—, ni se te ocurra disculparte por nada. —La sorpresa le había dado fuerzas para hablar—. El que me comporté como un gilipollas fui yo.

Miki lo miró desde su altura y Jonás se sintió tan tonto allí sentado pidiendo perdón, que tuvo que levantarse. Abrió la puerta de la terraza y salió por ella. Hacía un frío de cojones, pero casi que lo ayudaba a pensar. Apoyó sus codos en el muro y miró al frente, a los árboles y a las casas que de vez en cuando rompían el verde apagado del invierno.

Miki fue detrás.

—Bueno —dijo a su lado—, yo creo que habías bebido y no era el momento adecuado para sacar ningún tema. —Hizo una pausa—. Tema que además no es de mi incumbencia. —Otra pausa—. O sea, quiero decir, me sentía responsable de ti y creo que me excedí.

Que se había excedido. Jonás lo escuchaba a la vez que seguía a un par de pájaros trazar tirabuzones en el cielo. Que se había excedido. Pero si no había dicho nada.

—No hiciste nada mal, fui yo el que me pasé. Bastante. —Jonás esperó a que Miki dijera algo. Como no lo hizo, pensó que eso significaba que tenía que seguir hablando—. No... no te mereces que te grite, tú... tú... tú siempre eres muy buen tío conmigo.

Qué duro era disculparse. En qué posición tan incómoda te dejaba, esperando una reacción imposible de averiguar. Así estaba Jonás: tenso, expectante.

—No seas tonto.

Jonás respiró por fin. El tono de Miki volvía a ser alegre y aquello le inspiró confianza.

—No, aquí sí que tengo razón. —Jonás sonó seguro y contundente—. Y si alguna vez se me ocurre volver a hacer algo así, dame una hostia para que espabile.

LO QUE ERESWhere stories live. Discover now