Misery Business

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Misery Business




Ana está furiosa. No, en realidad está iracunda perdida. Y lo que le pone de peor humor es que, precisamente, ahora debería estar celebrando el gran éxito de la fiesta. Hugo no da abasto con las llamadas que están recibiendo, la revista ha alcanzado una cantidad de visitas abrumadora en las últimas cuarenta y ocho horas, el evento resultó ser un éxito total y junto con él ha venido la catapulta que esperaba su empresa. De hecho, van a tener que contratar más personal y probablemente alquilar un despacho más grande. Debería no solo celebrarlo, sino gritarlo por todos lados, publicarlo en todas sus redes, apabullar a sus amistades con las buenas noticias. Y, sin embargo, está de un humor terrible porque ese capullo sin gusto para la moda de Bruno le ha tomado por idiota.

Vale, mucha gente la toma por tonta, no es algo extraño para ella. De hecho, la mayoría de la gente piensa que no junta más de media neurona. Pero aunque a veces pueda ser algo despistada, como dice ella, lo cierto es que tampoco es una imbécil total. Ahora cree que todo ha sido una conspiración milimétricamente tramada por ese yonki adicto a los opiáceos para reencontrarse con su ex de forma súper macabra y tiene unas ganas terribles de estamparle un tacón en la cara.

Como Bruno está en libertad vigilada, tiene que presentarse en la empresa a las nueve de la mañana todos los días menos fines de semana. Ha intentado localizarlo tanto sábado como domingo, pero su móvil estaba totalmente apagado así que no ha tenido manera de hacerlo. Pero ahora no se le puede escapar, no le queda otra que confrontarla y aceptar su ira como un hombre. Si tantos huevos tiene para intentar estafarla tendrá que echarle el mismo valor para afrontar las consecuencias.

Así que cuando el joven aparece con sus pintas de greñudo que no sabe cómo utilizar un cepillo, ella lo intercepta rápidamente, agarrándole la camiseta como si acabase de salir de una telenovela y estuviesen en el medio de una escena de lo más dramática.

Bruno, haciendo alarde de una sinvergonzonería que tal vez tendría que ir controlando un poco, le suelta:

—¿Pero qué coño haces? —Haciendo una mueca desconcertada.

Ana lo empuja. O al menos eso intenta, porque tampoco es que tenga mucha fuerza en comparación con él, así que el chico apenas se mueve un milímetro de su posición inicial. No obstante, eso no la hace vacilar en su cometido, está dispuesta a todo para hacerle hablar. Le hará confesar la verdad aunque tenga que utilizar los métodos más terribles que a su mente consumida por el Vogue se le puedan ocurrir.

—¿Y todavía tienes narices para preguntar eso? —Exclama, furiosa—. ¡Debería darte vergüenza!

Él parece algo confuso, lo que la confunde a ella también, pero en seguida se le ocurre que quizás sea una estrategia para hacerle bajar la guardia así que se recompone rápidamente.

Lo señala de forma acusatoria con el dedo índice.

—¡Eres un mentiroso! —Grita, totalmente fuera de sus casillas—. ¡Un mentiroso y un falso!

Bruno se mete las menos en los bolsillos de los vaqueros.

—¿Mentiroso y falso no son sinónimos? —Inquiere con cierta desgana.

—¡No te atrevas a utilizar tus armas de trilero conmigo, no te servirán!

Él alza las cejas, el hecho de que no la tome en serio hace que se cabree todavía más.

El nudo gordianoWhere stories live. Discover now