Wake me up when September ends

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Wake me up when September ends




Es el tercer día que lleva Aurora en la cama desde lo sucedido con las voces. Esos ecos que la perturban desde lo más profundo de su mente han desaparecido paulatinamente, dejándola en un profundo estado de total apatía. No le apetece levantarse, ni siquiera para ir al sofá. No quiere ver la televisión, la idea de tener que procesar cualquier tipo de imagen le aterroriza. Tampoco escucha música, no quiere más voces ni sonidos rebotando dentro de su cabeza. No quiere ver gente, el tener que socializar es para ella ahora un esfuerzo que se le antoja extenuante. Lo único que en estos momentos siente asequible es permanecer ahí, entre las sábanas, abrazada a uno de sus cojines con las persianas de la habitación bajadas y la penumbra arropándola mientras mira a un punto fijo de la pared.

Quique ha pasado a dejarle el desayuno, avisándola desde el salón. Los cafés y bollería probablemente se acumulan sobre la mesa porque ella no los ha tocado. Solo se ha levantado para ir al baño, nada más. No tiene hambre ni le apetece tener que hacer el esfuerzo de masticar y tragar. Solo quiere estar quieta porque teme que, si se mueve demasiado, las voces vuelvan.

Hacía dos años que no tenía un brote. Sabe lo que le pasa desde hace ya casi diez años, pero no le gusta hablar de ello porque siente que si lo hace entonces estará dictando su propia sentencia, una cadena perpetua hacia la locura irremediable sin cura aparente y eso es demasiado para ella.

Pilar toca ligeramente a la puerta de su habitación, no ha dejado de visitarla desde lo sucedido, pero no le apetece hablar con ella tampoco.

—Aurora estoy aquí fuera, en serio que deberías comer algo.

Pero la aludida no responde. Pilar fue testigo en su día de uno de los brotes y la asustó tanto que se quedó con ese terror como recuerdo de por qué una persona como Aurora puede ser bastante intratable en ocasiones, así que mejor no estorbarla.

—¿Quieres que te lleve algo a la habitación?

Aurora sigue sin responder. Sabe que Pilar no insistirá mucho más. Es lo bueno que tiene la gente que no sabe lidiar con ese tipo de cosas, no molestan más de la cuenta.

Cuando escucha la puerta de la casa cerrarse, la chica cierra los ojos. Al fin se ha ido, no soporta la idea de estar acompañada.

No sabe qué hora es, ha dejado el móvil tirado por el suelo y, para ser sincera, ni siquiera podría decir si tiene o no batería. Como tiene las persianas bajadas, solo sabe si es de noche o de día en función de cuando sale al baño y ve la luz que hay fuera. Los horarios han dejado de tener relevancia para ella. Todo le da exactamente igual, solo quiere seguir ahí, tapada casi por completo, hecha un ovillo para protegerse de un mundo externo que la aterroriza.

Aurora aprendió muy joven que estaba sola. Todo el mundo está solo en realidad, no se puede confiar en nadie. Y ella, además, tampoco puede confiar en sí misma porque hasta su propia mente la traiciona constantemente. No tiene ni el consuelo de saber que se tiene, porque a veces el alma se le escapa sin que ella pueda darse cuenta. Es como cuando Peter Pan perdió su sombra, solo que ella no tiene a nadie que se la cosa a los pies.

No sabe cuánto tiempo ha pasado desde que Pilar ha decidido irse, puede ser una hora o diez, pero aun así le extraña escuchar abrirse la puerta de nuevo. Su amiga no suele visitarla tan frecuentemente, mucho menos cuando es consciente de que Aurora no se encuentra precisamente receptiva. Por un momento teme que sea otro de sus amigos, quizás Eduardo yendo a ver qué pasa, esa idea le repele muchísimo porque de verdad que no quiere ver absolutamente a nadie.

El nudo gordianoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang