Escape

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Escape



Aurora no debió beber tanto anoche. No debió llamar a Novillero, ni aprovecharse de su momento de debilidad para tener alguien con quien ir de fiesta. No debió pedir el primer chupito, mucho menos el quinto, ni tampoco todas esas copas que ahora mismo son las culpables de que su cabeza pese tanto como un yunque y se sienta como si le estuviesen dando martillazos en la sien cada treinta segundos. Tiene un dolor tan grande que su ya de por sí terrible sensación de malestar se incrementa considerablemente hasta el punto de generarle unas ganas terribles por vomitar. Pero debe ser fuerte, tiene que hacerlo, o de lo contrario le dará la razón a Raúl y eso nunca.

El muy psicópata se ha presentado en su casa a las siete y media de la mañana. Como el método habitual de llamar y aporrear la puerta sin parar no ha surtido efecto, se ha tomado la justicia por su mano al forzar la puerta y entrar sin ser invitado. La ha sacado de la cama entre gritos y zarandeos, cobrándose con creces las molestias que ella le había causado el día anterior. Es un resentido y un rencoroso, eso le pasará factura en el futuro.

Ahora la chica se encuentra sentada en el sofá, va por su segundo café y todavía no se siente preparada emocional ni psicológicamente para enfrentarse a una jornada laboral. Raúl, sin embargo, está fresco como una lechuga recién cogida del huerto. Ella no entiende cómo puede tener tanto aguante, anoche seguro que se acostó mucho más tarde que ella pero ahí está, sin que se le note el cansancio. Si no fuera porque sus hermanos parecen más normales diría que viene de una estirpe de robots asesinos o algo así.

—Así a la próxima te lo pensarás dos veces antes de ir por ahí haciéndote la graciosa —le espeta de repente, pasándole unas hojas—. Es el itinerario de hoy. Queremos grabar unos planos aquí en la casa y luego por la ciudad.

—¿Por qué no podemos grabar en la cama? —Masculla ella, cuyos ojos luchan contra su fuerza de voluntad para cerrarse.

—Porque hoy no toca cama —responde él con frialdad.

—Si es un reality, tendríamos que grabar la realidad. Como la realidad de que ahora mismo no soy persona.

—¿A caso lo eres en algún momento? —inquiere él, mirándola de hito en hito con cierto desprecio—. Debemos ceñirnos al guion.

—¿Pero no se supone que debe ser todo natural?

—En la tele nada es natural —comenta él, distraído mientras observa otras hojas que tiene en la mano—. Será mejor que te pegues una ducha, esta gente debe estar al caer.

Aurora cierra los ojos y hace un puchero. Gruñe internamente, saliendo de su interior algo parecido a un quejido infantil. Se agita sobre sí misma, para luego dejarse caer sobre el sofá, tumbándose.

—Déjame morir en paz, ¿qué más te da?

—Bastante teniendo en cuenta el dinero que he invertido en esto —responde él sin darle mayor importancia a los quejidos de la chica—. No me hagas volver a repetir que te levantes y te duches, no querría tener que sacarte también del sofá.

Aurora se incorpora ávidamente, fulminando a Raúl con la mirada.

—Eres insufrible —le dice con rencor.

Raúl, que continúa sin mirarla, pues parece bastante absorto en lo que sea que está leyendo, sonríe para si antes de responder.

—Deberías mirarte al espejo antes de decir eso.

Aurora está a punto de replicarle algo, pero entonces se percata de que la mano derecha de Raúl está vendada. Bueno, no exactamente vendada. O por lo menos no del todo.

El nudo gordianoWhere stories live. Discover now