Dancing Queen

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Dancing Queen



A Aurora le gustaba leer, hace mucho tiempo. Cuando era niña o así, más o menos. Le gustaban las novelas de aventuras, pero solía aburrirse de que siempre las protagonizasen chicos, porque ella no era un chico y le costaba identificarse con las responsabilidades habituales de los personajes masculinos que parecen una tontería en comparación con lo que cargan las chicas desde que son niñas. Es decir, cuando a ella le vino la regla con once años ya tenía que ir con cuidado —en realidad, miedo— por la calle no fuese que le pudiera pasar algo. Ese algo, por descontado, era que la agrediesen sexualmente y quedase embarazada. Normalmente los protagonistas de las historias tienen como trece o catorce y todavía no han sentido el pánico acechar en cada esquina. Era como si a ella le pareciese ridículo que los villanos tuviesen que dar tanto miedo, siendo narcisistas despóticos endiosados cuando la realidad es que cualquiera puede ser un villano, hasta tu profesor del colegio, y mucho más terrible que los que se presentan en la ficción.

Pero bueno, a Aurora le gustaba leer. Leía durante los descansos en las grabaciones, o cuando tenía que tomar vuelos largos durante una gira. Leía cuando se aburría y cuando se ponía nerviosa. Leía no por necesidad, sino por placer, y aunque no se consideraba una lectora empedernida a eso de los catorce años podía presumir de haber leído varios libros de referencia en la literatura universal. Pero un día, simplemente, no pudo hacerlo más,

Un día Aurora se despertó y su mente iba a mil por hora. Era difícil explicar la sensación que experimentaba, pero era como si en su mente todo fuese excesivamente acelerado, las cosas se sobreponían unas con otras sin sentido, podía pasar de un tema a otro asociando ideas que no tenían nada que ver pero que se le aparecían superpuestas sin parar. Era como si de repente todo se desbordase, sintiéndose ella al borde de un precipicio constantemente, con esa ansiedad que la llevaba a intentar devorar todo lo que encontraba a su paso o los largos periodos en los que la oscuridad nunca se marchaba de su lado. Cuando la mente le exigía todo tipo de estímulos el sentarse a leer no era una opción, sino algo que la frenaba, que la encadenaba a una miseria sin experiencias que realmente la llenasen. Cuando, por el contrario, todo se teñía de sombras, se sentía tan cansada psicológicamente que el mero esfuerzo de juntar las palabras ya le parecía demasiado para ella. Así que, sencillamente, dejó de hacerlo.

Aurora se levantó una mañana y ya no leyó más. Alguna vez intentó volver a hacerlo, pero siempre perdía el interés al poco tiempo, o se olvidaba de que estaba leyendo una novela. Lo mismo le pasó con la música. Decían que tenía un gran talento, que realmente prometía, que de terminar el Conservatorio Superior podría llegar a tener una gran carrera. Pero Aurora carecía de la constancia necesaria para eso, no toleraba la frustración y tenía episodios de ira ante los maestros realmente complicados, así que decidió no seguir con ello.

Un día Aurora, sencillamente, dejó de hacer todo lo que le gustaba porque sentía que su mente no daba de más, y lo cierto es que a nadie pareció importarle mucho que eso sucediese.








El puto Zyprexa de los cojones. En realidad da igual cómo se llame el tipo de medicación. Lo probó una temporada con el puto Abilify, o aripiprazol, pero es un tipo de medicamento que aumenta en algunos pacientes las tendencias compulsivas y eso, evidentemente, no iba demasiado bien con el carácter con tendencias adictivas de Aurora. El Risperdal fue un auténtico fracaso, así que finalmente su psiquiatra optó por probar con la olanzapina, cuya marca de distribución se llama Zyprexa. La olanzapina es un tipo de medicamento que entra dentro de los conocidos como antipsicóticos atípicos. Oficialmente es una medicación que se utiliza tanto para pacientes con esquizofrenia como para algunos pacientes del trastorno bipolar, sobre todos aquellos que tienen crisis psicóticas de vez en cuando. Para Aurora, son unas pastillas del mal que te dejan como un puto zombi que solo quiere dormir, comer, tomar cantidades ingentes de café para mantenerse en pie y que pierde absolutamente cualquier tipo de libido. Es el entierro en vida, el fin absoluto a todo.

El nudo gordianoWhere stories live. Discover now