Quizás, quizás, quizás

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Quizás, quizás, quizás


Se giró tímidamente hacia su madre, las luces le enfocaban directamente, molestándole a los ojos. Intentó colocarse la mano delante, a modo de visera, pero entonces aquel hombre tras la cámara le hizo una señal para que dejase de hacerlo. Aurora se relamió el labio inferior, nerviosa, observaba a Martina de reojo, la cual no parecía de muy buen humor, había estado discutiendo previamente con algunos señores sobre cosas que Aurora no podía comprender, la niña escuchaba todo pero no era capaz de conectar las palabras con algo que se le antojase coherente, así que había decidido no prestarle demasiada atención. Sin embargo, su madre estaba ahí plantada, justo tras el escenario, observándolo todo con cierta molestia hastiada, el gesto de alguien que se cree por encima de todo lo que observa. En aquella época la gente todavía fumaba dónde le daba la gana, y aunque según la normativa hubiese sido mejor que se abstuviesen de hacerlo en el teatro, Martina Latini no era de las que aceptaban cualquier orden por las buenas. Mientras se llevaba el cigarrillo a la boca le hizo un gesto a su hija, la apremiaba para que se dejase de tonterías, o así lo percibió la niña, que por aquel entonces no conocía más objetivo que el de las cámaras que constantemente perseguían a sus padres allá por dónde iban.

Agarró el micrófono con fuerza, todo a su alrededor le parecía demasiado grande e inabarcable, ella sola en medio del escenario, frente a esas cuatro personas que tenían los ojos clavados en su pequeña figura, a la espera de que hiciese una señal para comenzar. Las cámaras de televisión apuntándola, como los cazadores a sus presas y Martina atrás, fumando tras haberla convencido de que salir en aquel concurso sería la mejor experiencia de su vida. Aurora siempre había querido cantar y bailar, eran dos de sus cosas favoritas en el mundo, pero nunca esperó tener tanto talento como para salir en la televisión. Cuando comenzaron a anunciar Pequeñas Grandes Estrellas, su madre decidió que debía mostrarle a todo el mundo lo que era capaz de hacer. A Aurora le había parecido una idea excitante, pero en cuanto llegó a ese lugar lleno de niños y padres, todos compitiendo por entrar, alborotados, mirándose los unos a los otros, hablando frente a cámaras, llorando, gritando, quebrándole la cabeza con tantos estímulos, la pequeña tuvo unas ganas tremendas de huir. Ella disfrutaba de sus números frente al espejo, rodeada de todos los peluches que la acompañaban por las noches o dedicándoles algún baile a los amigos de sus padres, pero lo que estaba viviendo en aquellos momentos la superaba por mucho.

La música comenzó a sonar, las primeras notas de 'A quién le importa' de Alaska llegaron a sus oídos para avisarla de que debía comenzar a moverse, estaba totalmente estática, paralizada ante los jueces que la dejarían pasar a la siguiente fase o la mandarían a casa para siempre. Aurora apenas tenía cinco años en ese momento, pero pudo reconocer el terror en sus piernas temblorosas. Entonces notó como su pie derecho comenzaba a moverse, siguiendo el compás de la canción. Armándose de valor, dio paso a reproducir el baile que tanto había ensayado con su madre, moviéndose de manera enérgica pero sin emoción alguna, repetía los movimientos conforme su cuerpo los había memorizado, aunque no tenía mucha idea de si lo estaba haciendo bien o mal, era como si su mente fuese por una parte y sus piernas por otra, totalmente disociados. Empezó entonces a cantar, las palabras salían de su boca perfectamente entonadas, Martina le contrató un profesor de canto para que le afinase la voz antes de embarcarse en aquel proyecto. Aurora cantó, bailó y se movió con gracia, como un mono de circo entrenado para causar fascinación y ternura a partes iguales. Cuando terminó, los cuatro miembros del jurado estaban totalmente embelesados, conquistados por la pequeña niña disfrazada de los ochenta que acababa de bordar uno de los clásicos de la música española. Por su sangre corría el talento de los apellidos y en sus ojos brillaba el color del dinero, así que los productores — que eran quienes realmente estaban detrás de las decisiones— decidieron convertirla en una máquina del éxito.

El nudo gordianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora