¡Chas! Y aparezco a tu lado

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¡Chas! Y aparezco a tu lado



Una vez, Aurora se puso tan hasta arriba de éxtasis que pasó de estar en una fiesta privada a despertarse en medio de un polígono industrial con una bolsa de plástico llena de monedas de un céntimo de euro. En la bolsa debían haber al menos cincuenta euros en monedas, pesaba un quintal y ella no tenía ni idea de dónde había salido. Días más tarde, a través del amigo de un amigo con el que, al parecer, se había escapado para vivir una gran aventura, Aurora supo que los dos terminaron en un barrio bastante poco recomendable apostando en una pelea de gallos —de esas con gallos de verdad, animales, seres vivos— y ella terminó ganando.

En otra ocasión, yendo tan borracha como drogada a base de pastillas, Aurora decidió que era buena idea ir a la estación de autobuses y pillar el primer bus que saliese. Eran las tres de la madrugada y acabó despertándose en Ávila con el móvil sin batería y ningún dinero en la cartera. Afortunadamente, pese a sus pintas de no tener dónde caerse muerta, consiguió que un amable abuelo le dejase entrar a su casa a las ocho de la mañana para poder cargar el teléfono y pedir que fuesen a por ella.

También hubo una vez, estando de fiesta, en la que se metió dentro de la furgoneta de unos colgados nómadas de esos que van por ahí yendo de festival de tecno en festival de tecno y cuando quiso darse cuenta —o cuando se le pasó el colocón, más bien— había terminado en el sur de Francia y tuvo que hacer autoestop hasta la frontera con España para poder volver al país. Afortunadamente en Francia sí está permitido el autoestop, porque si no la cosa hubiese sido más difícil ya que aquella gente acampó literalmente en medio de la nada.

Así que mientras Aurora siente el traqueteo del coche, notando como su cuerpo da pequeños saltos cada vez que el vehículo se topa con un bache, piensa que tampoco es para tanto lo que está haciendo. Hay una parte de su cerebro, esa algo más racional gracias a la medicación, que tiene una posición bastante cínica al respecto de la decisión que ha tomado. Pero la otra, esa que todavía predomina por encima de su sentido común, porque son demasiados años de no pensar las cosas antes de hacerla como para deshacerse de las viejas costumbres en solo un mes, está pletórica por experimentar nuevamente esa excitación ante lo desconocido, la aventura y, por qué no, también el peligro.

De todas formas, se dice, tampoco es para tanto. No es como si no hubiese hecho cosas cuestionables antes. Una vez se acostó con un guardia civil solo para que no le detuviese por posesión de drogas, otra se lio con la novia de un supuesto amigo suyo porque sencillamente le apetecía y en ese momento le importaba una mierda cargarse una relación. Aurora ha hecho cosas malísimas y nunca le ha importado en lo más mínimo, colarse en el coche de Raúl para ver dónde vive realmente y descubrir todos sus secretos, comparado con las barbaridades que ha hecho en el pasado, es solo como un juego de niños.

El coche empieza a dar más botes de lo normal, deben estar atravesando una zona con bastantes baches. Aurora saca su teléfono móvil para ver dónde se encuentra. Al abrir el Google Maps, se percata de que están bastante alejados de Madrid, van hacia la Sierra de Guadarrama. Se pregunta por qué ha elegido un lugar tan alejado para tener su casa de verdad, esa que no le enseña a nadie, la que no es solo una muestra de exposición para que el mundo entero no conozca su verdadera cara. Ella habría elegido un lugar en la costa, le encanta el mar, sobre todo cuando las playas están desiertas en invierno y solo quedan los ancianos y los pescadores yendo a la orilla desde antes de que salga el sol para matar el tiempo pescando. Pero Madrid no tiene mar y no cree que Raúl quisiera hacerse todos los días una media de cuatro horas de viaje ida y vuelta para poder vivir en la costa. Tiene sentido, en realidad.

El nudo gordianoWhere stories live. Discover now