Amante bandido

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Amante bandido


Para Raúl la discreción siempre ha sido la clave del éxito, vetando a cualquier carroñero que no desee terminar en el foso, junto a todos los cadáveres que ha ido dejando a través de los años cada vez que alguien intentaba meterse dónde no le llamaban, se ha ganado la fama de persona impenetrable, construyendo un muro de titanio por el que no puede pasar, siquiera, una mínima brisa de aire, todo para proteger su celada intimidad. Dentro de ese muro no solo están sus secretos, sino también pequeñas cosas, como aficiones personales, gustos culpables o las canas al aire que echa de vez en cuando. Raúl todavía recuerda cuando pilló a ese pobre diablo de Silva intentando airear su relación con Irene, él no ha sido más que una de tantas víctimas a las que ha matado su propia curiosidad, pero gente así le sirve como medida ejemplificadora para los que se sientan tentados a tocarle las narices en el futuro. Una forma de advertir a los nuevos viajeros de las intrigas lo que se puede encontrar si husmean demasiado en la parte prohibida del bosque. Raúl no se anda con tonterías cuando de cubrir sus pasos se trata. Y es un detallista nato, todo debe estar bajo control para que evitar cualquier tipo de disgusto.

Una de las reglas básicas es que no permite amantes en su casa. Por supuesto, el piso del centro de Madrid no es más que una residencia temporal, solo está ahí durante la semana, así que en realidad no guarda nada entre sus cajones que pueda ser problemático. Sin embargo, cualquier precaución es poca, y ni siquiera se fía de pasar la noche con cualquiera en un lugar que, en última instancia, sigue casi con el mismo aspecto frío e impersonal que el día en que lo compró. Ni siquiera con Irene, que estuvo en su vida durante varios meses, llegó a estar en su propia casa, siempre quedaban en hoteles o fuera de la ciudad. En realidad, cuanto más alejado de los carteles de neón y la ciudad insomne esté, mejor para él. Madrid tiene mil ojos, dispuestos a prestarle toda su atención en cuanto baje la guardia y él no es de los que se dejan pillar desprevenidos, por eso mismo ha decidido cubrirse la espaldas y quedar con Indiana en un airbnb a las afueras, así ni tan siquiera tiene que lidiar con la expresión curiosa de los recepcionistas de hotel, las nuevas tecnologías le están abriendo todo un mundo de facilidades para pasar desapercibido.

Yolanda trabaja como azafata en uno de los concursos que la cadena emite a medio día, los retoques que se ha hecho le han dado esa imagen atemporal propia de las personas con una malsana necesidad de cultivar su cuerpo, como si se hubiesen detenido por siempre entre el intervalo comprendido entre los veinticinco y los treinta. A veces parecen demasiado mayores para rondar el cuarto de siglo, pero muy jóvenes también para pasar la edad de Jesucristo. Raúl debe admitir que nunca ha tenido unos gustos demasiado exquisitos, de hecho se considera un simplista, sobre todo si no busca más que un par de noches de diversión. Con todo el estrés que ha vivido en los últimos tiempos, sumado al exceso de trabajo, apenas ha tenido un momento para divertirse. Pero Yolanda no tiene muchas luces, se siente fascinada por los hombres de pasado incierto y tampoco desea complicarse la vida, pues aspira a mucho más que un simple tertuliano. Es el tipo de chica que no le causará problemas, así que puede permitirse algún que otro encuentro a la semana.

En el último polvo casi se han corrido al mismo tiempo, para lo que ha tenido que controlarse considerablemente, cuando se ponen arriba tiene que hacer uso de todas sus fuerzas, porque son ellas quienes marcan el ritmo y a veces es demasiado para él. Además Yolanda está buenísima, lo que no ayuda demasiado a mantener el control, pero bueno más vale diablo por viejo, y él ya lleva unos años en el ruedo, así que sabe cómo lidiar con los calentones. Cuando la joven se baja, quedándose a su lado, el hombre emite un gemido de disgusto por la fricción. El ambiente de la habitación está viciado, huele a sudor mezclado con látex, el aroma del sexo. Cierra los ojos, todavía con la respiración agitada, sin poder evitar una sonrisa de satisfacción. No se considera a sí mismo como alguien que necesite tener sexo continuo para estar satisfecho, pero tras una época de sequía las noches como esa se agradecen más que nada.

El nudo gordianoWhere stories live. Discover now