Time after time

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Time after time



—Así que te ha dado otro brote.

Ni siquiera sabe por qué ha ido. Cuando llamó a Eli para concretar una sesión con ella estaba enfadada, pero ahora no siente nada. No siente cabreo, ni frustración, ni alegría, ni tristeza. Absolutamente nada. Una apatía absoluta que la mantiene alejada de la realidad en la que habita, como si fuese la espectadora de su propia película. Diría que lo que siente es algo parecido a la sensación de estar grabando un documental siendo ella la cámara y las cosas que viven la trama.

Igualmente ha decidido ir a verla, puede que porque esta le haya llamado para recordarle la cita y Facundo le haya insistido en que sería lo mejor para ella, o tal vez porque no ha salido de casa en días y de alguna forma le apetecía saber lo que es volver a respirar el aire cargado de polución que hay en Madrid. Sea como fuere ahí está, sentada frente a la psicóloga que lleva ignorando meses porque si algo detesta Aurora es tener que andar por ahí contando su vida, abriéndose y ese tipo de cosas que le parecen una pérdida de tiempo porque podría estar haciendo algo mucho mejor en ese momento. Aunque ahora mismo, la verdad, no le apetece hacer nada en general.

La chica suelta un bufido, echando la cabeza hacia atrás mientras cierra los ojos. Su pierna derecha empieza a moverse con nerviosismo a gran velocidad.

—No he tenido ningún brote —no está ahí para hablar de eso. Tampoco tiene muy claro por qué está ahí, pero no piensa sacar el tema de las voces.

—Tienes toda la sintomatología, Aurora —comenta la mujer. No es muy mayor, debe rondar los cuarenta y pocos años. Eli no le cae mal, le gusta de ella que no se anda con mierdas ni la intenta meter en retiros de myfullness, lo que se agradece considerablemente. Pero lo que a veces puede ser algo positivo, en otras resulta de lo más irritante—. Además, tienes una pinta horrible. ¿Te has duchado?

—Esta mañana —responde ella, evitativa. Nota la mirada de Eli encima de ella y se vuelve, algo agresiva—. ¡Me he duchado, joder!

La psicóloga no dice nada, se limita a apuntar algunas cosas en su libreta. Dios, odia cuando hacen eso, seguro que está poniendo algo malísimo sobre ella, o que está puto tarada.

—Bien —Eli suspira, frunciendo el ceño mientras observa sus apuntes—. Me gustaría hablar de lo que te ha pasado, pero supongo que no voy a conseguir nada. Así que iré al grano: ¿por qué has decidido volver?

Aurora la mira sin saber muy bien qué decir. En realidad, ella no sabe muy bien por qué está ahí. Todo lo que respecta a ir a terapia o tratarse es algo que le genera bastante molestia en general. Detesta taner que estar hablando de sus cosas, sentirse constantemente juzgada, o escuchar cómo se pasan el día criticándola. Los psiquiatras y terapeutas que ha conocido solo saben decirle todo lo que hace mal, corregirla constantemente e intentar coartar su libertad. Le generan muchísimo estrés.

—Y yo qué sé, estaba enfadada ese día —se encoge de hombros. Apenas recuerda cómo ni cuando contactó con ella, mucho menos el por qué—. Sabes que cuando me irrito te llamo.

—Y luego has sufrido un brote psicótico.

Aurora la fulmina con la mirada. Ya está ahí de nuevo, juzgándola, mirándola con ese deje de condescendencia que le pone enferme. La chica frunce el ceño.

—No tiene nada que ver.

—Me sorprende que estés aquí teniendo en cuenta cómo acaban tus crisis, pero me alegro. Significa que la has gestionado mejor esta vez.

El nudo gordianoWhere stories live. Discover now