Capítulo I -|Editado|

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Había tres normas que Hell siempre debía cumplir. La primera, respeto a sus amigos. La segunda, respeto a sus enemigos. La tercera, hacerse respetar.

"El respeto es lo que mueve el mundo, chaval", solía decirle su padre, "Consigue el respeto de alguien y será para siempre tu esclavo".

Y era algo que al cabo del tiempo había aprendido muy bien.

Su padre, con una infinidad de distintos nombres pero el más conocido, DD Capobianco, era un hombre de astuto olfato para los negocios. Sobre todo, para los sucios. El mayor narcotraficante de todo el estado de Nueva York.

No era de extrañar que nadie conociese su verdadero nombre. Ni el suyo ni el de su mujer y sus tres hijos.

- Hell es un buen nombre - dijo al ver por primera vez al pequeño -. Ahuyentará las balas y mantendrá los problemas bajo sus pies. ¿Verdad que sí, chaval?

Su mujer, que había dado a luz a su primera hija con tan solo diecisiete años, no vio ningún inconveniente. Llevaba en aquel entonces casi cinco años con DD y sabía cómo funcionaba aquel mundo.

Shana, a la que su padre había bautizado como Sky, había recibido más de tres intentos de homicidio en sus dos años de vida.

- Mira, Babe - así era como DD llamaba a su mujer -, lo mejor es no buscar un nombre fijo para los niños. Es más seguro y nos evitamos problemas con la ley. Ya sabes cómo funciona esta mierda. Bautízalos como quieras, llámalos como quieras, pero ante las otras Familias son Sky y Hell. ¿Entendido?

Por supuesto que lo entendía. No tenía más remedio si quería seguir viviendo en su lujoso ático y rodeada de caprichos. Así que cuando nació la tercera hija de la pareja, a nadie le extrañó lo más mínimo el nombre escogido: Tears.

Veinte años habían pasado desde el nacimiento de su hijo Hell. Veinte años de lujo, glamour, dinero e influencias. Veinte años de trapicheos, persecuciones, intentos de asesinato, extorsiones y vidas oscurecidas por la droga y la prostitución.

Veinte.

Ahora, caminando por aquel oscuro pasillo húmedo y con olor a alcohol, Hell sabía a lo que se refería su madre cuando él llegaba a casa después de un par de días de fiesta.

Sky caminaba sobre sus tacones como si tuviese miedo de tener cualquier contacto con el sucio suelo, lleno de colillas. La luz de las bombillas intermitentes arrebataban destellos a su larga melena morena y ondulada: había heredado la belleza de su madre, y la fuerza ruda de su padre.

- Haz el favor de comportarte, ¿quieres? - murmuró su hermana deteniéndose frente a una puerta de metal custodiada por dos tipos musculados.

- Por supuesto - contestó él con una sonrisa sarcástica.

"Siempre y cuando ese viejo no me toque las narices".

Sky le dirigió un par de palabras a uno de los hombres. Era calvo y con un par de pendientes en la oreja izquierda.

Hizo un gesto de burla y cuchicheó algo con su compañero. Le dirigieron una mirada rápida y despectiva a Hell antes de coger a Sky por la cintura.

Aquello no le gustó para nada a su hermana que inmediatamente le soltó un puñetazo y le dejó los anillos marcados en la mejilla.

- He dicho que quiero hablar con el Sr. Collins - repitió con voz amenazante.

Hell no se movió. Sabía cuando Sky necesitaba su ayuda y cuando podía manejar la situación.

Era algo bastante común. Los nuevos no tenían ni idea de quiénes eran y la cagaban el primer día. Y cagarla con los Capobianco no era la mejor forma de continuar con vida.

Cocaína (Saga Adrenalina I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora