Introducción

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30 de Diciembre de 1890 ― Minneconjou

Está saliendo el sol al fin. Se refleja sobre la nieve, haciéndola brillar allá por el este. Ayer todo eso era un campo de batalla. Hoy todavía están quemando a los muertos. Ayer también nevó, mientras los fusiles escupían fuego y los cuerpos caían a tierra. La nieve se manchó de rojo. Al final todo el suelo estaba rosa. Parecía un enorme algodón de azúcar.

Han muerto indios y han muerto blancos. Una tragedia.

Hoy todo ha terminado. Están encendiendo las piras, nada puede hacerse por los que ya se han ido y, desde luego, no hay manera de evitar la desgracia que ha tenido lugar. Por fin se acabó, eso es lo importante. Y Liam quiere irse a casa.

No le gusta este lugar. Demasiado al norte, demasiado salvaje. Aunque… no, no es justo decir eso. Sí le gusta. En realidad lo que detesta es su presencia aquí, la suya, la del ejército. Íntimamente opina que nunca deberían haber venido, pero eso, como tantas otras cosas, se lo guarda para sí.

Liam tiene treinta y tantos años y los ojos verdes como la tierra de sus orígenes. Tiene una mata de cabello castaño y rizado que no se corta salvo lo estrictamente necesario, lo justo para no parecer un salvaje. Es guapo y elegante. Liam se limpia los botones del uniforme todos los días. Mantiene el amarillo bien brillante y el azul sin una mota de polvo, sin un rastro de pelusa. Siempre lleva las botas impecables. Conoce el himno a la perfección. Podría cantar Garryowen en cuatro idiomas e interpretarla en seis instrumentos, es capaz de acertar a una lata a una distancia más que aceptable y es un jinete excepcional. Sureño, patriota y cumplidor de órdenes. Liam es un soldado estricto y rígido, es un hombre severo y serio. Liam podría ser el soldado perfecto si le gustara la guerra. Pero ha luchado ya unas cuantas, y si está aquí es sólo por una casualidad del destino.

Por suerte para el chico.

El chico está sentado enfrente suya, sobre uno de esos tocones mal cortados. Está mojando un trozo de pan duro en el chocolate caliente. Lo hunde dentro de la taza de metal con dos dedos largos y finos. El pelo le cae sobre el rostro, y detrás de esa cortina de cabellos oscuros, los ojos color ámbar del muchacho le observan con una expresión curiosa. Curiosa pero también burlona. Liam finge no darse cuenta, mientras se saca brillo a la abotonadura por décima vez.

El chico lleva el uniforme reglamentario. Liam se pregunta si lo ha robado o, simplemente, mintió al unirse al regimiento. Liam reconoce a un mentiroso cuando lo tiene delante. Él es un mentiroso fuera de serie, y en cuanto ha visto a ese chaval, ha sabido de inmediato que tampoco se queda atrás.

Se pregunta si es mejor mentiroso que él.

Pero sobre todo se pregunta qué le resulta tan gracioso, porque no deja de sonreírle con ese gesto travieso cada vez que sus ojos se encuentran.

―¿Estás mejor? ―Pregunta al fin.

El chico se lame los restos de cacao de los labios y se aparta el pelo de la cara. El movimiento de sus dedos es elegante, como un revoloteo.

―Sí, gracias.

Luego le mira directamente con esos ojos de color extraño.

Es la primera vez que se hablan.

El día anterior, Liam lo sacó a rastras del campo de batalla. Le descubrió de pie, con el arma en la mano, en medio del caos. Tenía la mirada perdida. Parecía que se hubiera vuelto loco, pero él sabía que en realidad, sólo estaba asustado. Por eso disparaba a todo el que se acercase, amigo o enemigo. Liam se acercó por detrás, le quitó el rifle y prácticamente se lo llevó a rastras al campamento. El chico pataleaba y gritaba como un animal salvaje. Una vez entraron a las tiendas, rompió a llorar y tuvo una crisis de ansiedad.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now