Escena 15

3K 120 10
                                    

Escena 15, toma primera.

Se despertó antes de lo habitual en él, descubriendo que había dormido. Las luces del amanecer apenas teñían el firmamento de un color gris y sucio. A su lado, Alexander Seighin respiraba suavemente, como un pequeño animal dormido. Tenía los ojos cerrados, la mano sobre la almohada, con la palma hacia arriba y los dedos algo curvados. Imaginó su semblante durante un buen rato, con los ojos perdidos en el cielo distorsionado que se veía a través de la ventana, y luego los volvió hacia él. Ahí estaba. Exactamente igual que en su mente, pero algo más borroso. Apretó la mandíbula, colocándose los pulgares sobre los párpados y presionando.

Lo sabía. Lo sentía. El agotamiento, la sensación de vacío, la extraña ausencia. Era como si un cordón umbilical se hubiera roto: el que le unía al mundo.

«Me han archivado».

Las palabras fatales resonaron en su mente. Las aceptó con calma. No era ninguna sorpresa.

Se incorporó lentamente para no despertar a Alex y contempló la mesita durante un rato, somnoliento y despeinado. El cabello le caía sobre el lado izquierdo de la cara, negro, apelmazado. Los ojos naranjas habían perdido toda su luminosidad. El teléfono móvil estaba allí. Dudó antes de cogerlo y se levantó de la cama para encerrarse a solas en el cuarto de baño, agarrando su ropa interior por el camino. Una vez allí, se sentó en el borde de la bañera, en la penumbra del alba que despuntaba, contemplando la pantalla luminosa del aparato. Dudando. Otra vez, la vacilación le hizo perder preciosos minutos, hasta que al final, con una maldición apagada entre dientes, comenzó a marcar los números.

Antes de que hubiera terminado de hacerlo, el teléfono vibró en sus manos y el dibujo de una Morpho rhetenor completamente azul con las alas abiertas ocupó la pantalla. Lot suspiró con alivio y descolgó, esta vez sin pensárselo dos veces.

—Elliot.

La voz de Liam tuvo un efecto insospechado en él. Resonó en su interior con un eco amplificado, como si su cuerpo fuera una catedral vacía. Era su propio nombre, dicho en los labios de su maestro con aquella voz grave y dulce que tanto había amado. Algo vibró en un lugar impreciso entre su estómago y su garganta.

—Me han archivado —dijo. Las palabras sonaron huecas.

Siguió un silencio grave mientras, al otro lado de la pequeña celosía del cuarto de baño, la luz neblinosa se abría paso con esfuerzo. La habitación tan blanca, tan triste como el escenario de un suicidio, le causaba una profunda desazón.

—¿Te encuentras bien?

—Sí. Eso creo. Es extraño, pero sigo vivo.

—Y seguirás estándolo, mientras puedas alimentarte… —Liam alargó la última palabra, como si estuviera pensando en algo, y después dejó transcurrir otro silencio.

—¿Eso es todo?

Al otro lado de la línea, escuchaba la suave respiración de su maestro. Intentó imaginarle. No estaría en la cama. No, tal vez no había dormido. Seguramente no lo había hecho. Él debía saberlo, seguro que sabía que le habían retirado, que ya no estaba activo. Lot Anders ya no formaba parte de la Organización. La notificación por escrito era innecesaria; la sensación terrible de desprendimiento, de soledad total, de no pertenecer a nada, ni a la humanidad ni al imperio de las pesadillas, ni a los monstruos ni a los santos, ni a los vivos ni a los muertos, era más que suficiente. El frío interior, el inmenso vacío.

—No, no es todo.

Contempló fijamente un baldosín de la pared. Luego se rascó una ceja. Casi podía verle en la cocina de su casa, mirando hacia el exterior con expresión angustiada, de mártir silencioso. Casi podía sentir el dolor de su corazón, desgarrado, arañado. Y era un alivio, siendo que no podía sentir el suyo propio.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now