Escena 13

3K 116 18
                                    

Escena 13, toma primera

La ciudad se puso en marcha temprano. Los trabajadores salieron de sus casas, los coches inundaron lentamente las calles hasta convertirlas en las venas colapsadas de la ciudad, un cuerpo de cemento y hormigón que se resistía a bloquearse. El sol se levantó en el cielo y arrancó destellos de las antenas y los tejados. Me pasé un rato en la bañera, dormitando, y luego me fui a la cama, solo. Lot estaba en el sofá, fumando y tecleando en su teléfono móvil, despeinado y medio desnudo.

Desperté de nuevo a mediodía y, cuando salía de la habitación, me lo encontré esperándome con el batín, los pantalones de raya diplomática y calcetines negros y rosas. Llevaba unas tijeras en las manos.

—No puedes ir por la vida con esos pelos. Me avergüenzas.

Levanté la ceja y me acerqué a la barra de la cocina. Otra vez me esperaba allí una colección de delicias dulces y saladas para desayunar, aunque fuera mediodía.

—¿Esas tijeras no son de limpiar el pescado? —le dije, tomando un trozo de tostada francesa y llevándomelo a la boca.

Lot sonrió con aire malicioso.

—No voy a destriparte, si es eso lo que te preocupa.

Señalé las tijeras con el meñique mientras masticaba.

—Lo que me preocupa es que me dejes peor.

—Eso sería imposible —agregó él—. Además, creo que ya te he dado sobradas pruebas de mi destreza general. ¿Es que a estas alturas no confías en mí?

Me quedé mirándole, como si aquella pregunta fuera estúpida. Luego seguí con el desayuno. Diez minutos después estaba sentado en un taburete, en el cuarto de baño, y Lot me igualaba las puntas mientras yo le asaeteaba a preguntas. Como había respondido las tres primeras, asumí que tenía la guardia baja y que era un buen momento para conocerle mejor, ahora que se dejaba. El chasquido repetitivo de las tijeras era un rumor de fondo, a través de la ventana entreabierta se escuchaba el ruido del tráfico. Y por encima de todo eso, Sinatra. Lot ponía música a menudo en mi equipo de sonido, siempre canciones antiguas salvo alguna excepción.

—¿Siempre te haces los trajes a medida?

Trocitos rojizos de mi cabello rodaban sobre mis hombros hasta el suelo cubierto de papeles de periódico. Me había puesto una toalla sobre los hombros.

—No, no me hace falta. Algunos los compro ya hechos. Me suelen quedar bien.

Le miré de reojo a través del espejo. Siempre tan modesto. Él sonrió a medias.

—¿Siempre has vestido así?

Levantó un mechón de cabello entre dos dedos, manteniéndolo estirado, y cortó. Actuaba con decisión, como si supiera perfectamente lo que estaba haciendo, manteniendo la atención sobre su actividad.

—No.

—¿Y por qué empezaste a hacerlo?

—Por gusto.

Suspiré. Lot hablaba mucho, pero casi nunca decía nada. Resultaba difícil y cansado encontrarle una brecha y conseguir que revelase algo de él mismo. Probé en otra dirección.

—¿Siempre has tenido gustos tan marcados?

De nuevo, esbozó media sonrisa.

—No. Siempre no. —Las tijeras se detuvieron un momento y deslizó el peine a través del cabello húmedo—. ¿Adonde quieres llegar?

Apreté los labios, buscando las palabras adecuadas mientras contemplaba nuestro reflejo en el espejo.

—Quiero saber cuál fue tu inspiración cuando te creaste a ti mismo.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now