Escena 22

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Escena 22, toma 1

La catedral era un lugar único en la ciudad. Para Lot, conocedor de todos los entresijos de la extraña y gigantesca urbe, el significado de aquel edificio intocable, nunca alterado por manos no humanas, era mucho más evidente y solemne de lo que podría serlo para los profanos. La catedral aparecía con frecuencia en las guías turísticas y en las tesis de los historiadores. «La perla intemporal», la llamaban. Y como no podía ser de otra manera, estaba ubicada en el Barrio Viejo.

En la ciudad no había muchas iglesias. La catedral era la más grande, de planta en forma de cruz, con techos abovedados y extrañas gárgolas asomándose entre los arbotantes y contrafuertes. Varios estilos se unificaban en ella. Había sido un templo pagano muchos siglos atrás, y sobre él se edificaron sucesivamente una iglesia, una mezquita, una sinagoga y después de nuevo una iglesia, que creció al tiempo que el mundo crecía, ampliando sus brazos y sus techos según las formas y estilos de cada época. Románico, gótico, renacentista, barroco y neoclásico se amalgamaban en un extraño caos en sus fachadas, puertas, arcos y rosetones. Según desde qué lado se mirase, parecía pertenecer a una u otra época. En sus paredes exteriores se ocultaban extraños símbolos en forma de relieves y bajorrelieves, señales con significados ocultos o quizá con ninguno en absoluto que hacían las delicias de los aficionados al misterio. Entre un montón de flores y hojas que adornaban un capitel, una serpiente asomaba, mirando hacia abajo, enigmática. Varias figuras humanas en peregrinación se apretaban en las jambas de una de las puertas, sobre esculturas de apóstoles y hombres santos. Entre dos de ellos, un sátiro se insinuaba, burlón, tocando la chirimía mientras parecía querer unirse al sagrado viaje. Lo pagano y lo sagrado, lo humano y lo divino, la confesión reglada y la fe primitiva, todo se aunaba allí, en aquel crisol de piedra, cristal y madera en cuya cúspide se alzaban la cruz y las campanas.

Desde la plaza que rodeaba el edificio, bajo las ramas de un limonero inclinado, Lot fumaba y contemplaba todos aquellos detalles, sumido en sus pensamientos.

De dónde procedía el poder que surgía de aquella iglesia era algo difícil de discernir. El hecho era que las pesadillas habían encontrado complicaciones para transitar por aquel lugar desde el primer momento, mientras la niebla luchaba por filtrarse en sus sagradas salas sin conseguirlo. La Organización, experta en aprovechar cualquier fuente de energía, no podía aprovechar aquella y había intentado destruir el recurso para evitar que los Vigilantes se beneficiaran. Pero no habían podido. La piedra parecía resistirlo todo. Ni el fuego ni la corrosión hacían mella en aquel lugar. Y antes de que pudieran intentar algo mejor, los más poderosos guerreros de entre los Vigilantes, los llamados Guardianes, llegaron y conquistaron el fuerte con esperada facilidad. La catedral era suya, pero las colindancias de la plaza y el resto del Barrio Viejo habían sido declaradas zonas neutrales. Esta neutralidad era rota a menudo en pequeñas escaramuzas que les recordaban a todos que la guerra aún estaba librándose, que no había habido tregua salvo de palabra y que antes o después, el diálogo y las maneras civilizadas dejarían de existir. Cosa muy lamentable para Lot y los ilusionistas, que eran unos maniáticos de las maneras civilizadas y el diálogo. Uno puede manipular las palabras y las ideas, pero una bala directa a tu corazón es difícil de evitar por mucho carisma que uno tenga.

Lot Anders estaba pensando en todo eso, en lo injusta que era la guerra para personas como él, aspirando el humo de un pitillo con sabor a canela y contemplando absorto la fachada este de la catedral cuando una scooter de color rosa derrapó y se detuvo a pocos metros. Nun saltó de la moto, su cresta bien peinada con fijador y sombra de ojos amarilla en los párpados. Se la veía preocupada.

Llegó ante él y preguntó la obviedad que el ilusionista ya esperaba.

—¿Qué ocurre?

Decidió decir la verdad, sin adornos ni rodeos.

Flores de Asfalto II: La Salamandraحيث تعيش القصص. اكتشف الآن