Escena 21

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ESCENA 21

Escena 21, toma 1

Mucho tiempo atrás, un tío con gafas y mascarilla me había dicho: «Tu programación te guiará, es como el instinto de los animales». Mientras caminaba por las calles de la ciudad no estaba muy seguro de si mi instinto seguía funcionando. Recuerdo aquel vagabundear sólo de manera intermitente, como si parte del tiempo no hubiera sido procesado, no lo suficiente como para fijarse en mi memoria. Pese a lo furioso que me sentía, no dejé de prestar atención a las esquinas oscuras, a las sombras que a veces me parecía ver agitándose en los callejones. La ciudad seguía siendo igual de hermosa y amenazante y mi instinto, si bien quizá no estaba guiándome demasiado, sí que me ayudaba a no olvidar el peligro. Masticando mi rabia caminé sin rumbo hasta que, cuando me quise dar cuenta, ya era de noche y apenas sabía dónde estaba.

Me sentía herido, furioso, trastornado por el dolor que se había despertado en mí y se retorcía como una serpiente. Los recuerdos de Alex y de mí mismo —cuando aún había un Alex y un yo separados— me atormentaban. La culpa me estaba destrozando. Sí, sentía culpa. Parecía una broma cruel. Un monstruo, un bicho como yo, sintiéndose culpable. Irónico y terrible. Tenía ganas de reír y de llorar, pero no me sentía con derecho a nada. Porque yo había matado a Alex, porque todo había sido por mi causa. Porque no fui capaz de soltarle, porque me enamoré de él como un idiota.

¿Cómo había podido ocurrir?

Esa noche cometí un sacrilegio: me arrepentí de lo que él y yo tuvimos. Fui un cobarde y renuncié a todo. «Ojalá no le hubiera conocido, ojalá nunca me hubiera dejado llevar, ojalá le hubiera devorado, ojalá le hubiera abandonado», me repetía.

Seguro que Liam me habría dicho que Pedro negó a Jesús tres veces pero no por ello fue privado del perdón, o alguna cosa parecida. Lot, en cambio, se habría reído, porque arrepentirse no sirve absolutamente para nada. Pero Liam era un católico idealista y Lot un cínico rastrero, ninguno de los dos podía consolarme en un momento como ese. Además, no les quería cerca. Así que me comporté como lo que se suponía que era. Me arrastré entre los callejones, pegado a las paredes, caminando tambaleante como los borrachos y los yonkis, bebiéndome mis lágrimas, ajeno a cuanto me rodeaba, cubriéndome el rostro con el pelo y rehuyendo las miradas de los demás. Me comporté como un paria lamentable y patético. Y como eso era lo que creía que me merecía, me sentí bien. Lo llaman catarsis, creo. No estoy seguro. El caso es que ser una basura me aliviaba en aquel momento.

De forma natural, mi deambular me llevó a las sucias y oscuras calles de los suburbios, al este de la ciudad. Quizá había una extraña corriente que empujaba a los desgraciados a desembocar allí.

—Eh, cuidado.

Me disculpé con el tipo al que había golpeado sin querer, pero antes de dejarle marchar le agarré de la manga y le pedí un cigarro. Era un hombre alto de rasgos exóticos y un centelleo de fuego blanco en su mirada me puso alerta. Me apartó con brusquedad y yo aproveché para marcharme a toda prisa, sintiéndome más en peligro de lo que me había sentido nunca. «¿Qué coño ha sido eso? —me pregunté—. ¿Tan mal estoy?».

El encuentro con el tipo severo me despejó de inmediato. Miré alrededor, tratando de ubicarme y pronto lo hice al descubrir las luces de neón mal enfocadas, los carteles de los locales oxidados y medio rotos. Estaba en el centro de la vorágine, en el restaurante de los depredadores. En los suburbios.

Daba igual si era lunes o sábado, el barrio cochambroso estaba siempre vivo, poseído por una actividad aletargada pero constante, como una colonia de hongos. Los edificios se levantaban allí más parecidos a la realidad que en ninguna otra parte, con la cal cayéndose a pedazos de las paredes, el asfalto cuarteado, riachuelos de agua mugrosa fluyendo junto a las aceras y montones de basura. Cartones, metal, plástico, personas; todo se amontonaba en los rincones donde la luz no llegaba, mimetizándose en una masa informe y harapienta.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora