Escena 1

6K 196 22
                                    

«— I have to leave you now. I'm going to that corner there and turn. You must stay in the car and drive away. Promise not to watch me go beyond the corner. Just drive away and leave me as I leave you.

— All right.

— I don't know how to say goodbye. I can't think of any words.

—Don't try.»

“Roman Holiday”, Audrey Hepburn & Gregory Peck[1]

 . . .

Escena 1, toma primera.

Me llamo Alex y llevo un año, tres meses y ocho días esperando a mi novio.

¿Que donde está? Pues… no está aquí. Está en otra ciudad.

¿Que qué hace allí? Bueno, tenía asuntos que atender.

Vale. Sé lo que estáis pensando. Un año, tres meses y ocho días parece demasiado tiempo. Lo es, no lo negaré. Lo es para una cena de negocios, para comprar un paquete de tabaco o para cualquier cosa decente que uno quiera hacer antes de reunirse con su novio. No lo es si uno está en la cárcel, aunque no es el caso. La verdad es que estamos acostumbrados a esperar a los demás durante quince minutos, media hora… algunos valientes, hasta tres horas. Un año resulta un poco excesivo, así de primeras. Entiendo vuestra sorpresa. Seguro que si ahora os digo que no es exactamente mi novio, la cosa empeora. Atáis cabos, ponéis cara de circunstancias y acabo dándoos pena.

No os preocupéis, tranquilos. Ya me imagino la conclusión a la que vais a llegar. Que me ha engañado, ¿no? Que me ha dejado tirado. Que soy un cándido, un inocente, un idiota. La verdad es que no es la primera vez que me lo dicen. Es más, lo he escuchado mucho últimamente. Pero antes de que os creéis expectativas erróneas acerca de esto, será mejor que sepáis toda la historia. Desde el principio, ¿vale? Yo intentaré contarla bien, aunque esto de hacer de narrador no es lo mío. Lo mío son las fotos, ¿sabéis? Contar historias se le da mejor a él. Pero en fin. Haré lo que pueda.

Ah, debo avisaros. En esta historia, las cosas casi nunca son lo que parecen. A veces sí, otras no… y otras veces empiezan siendo una cosa y acaban siendo otra.

Me parece que os estoy liando.

¿Sabéis? Quizá fuera mejor plantear esto de otro modo. De un modo un poco más espectacular.

Vale. Muy bien. Vamos allá.

Imaginaos un local. Un bar del centro, de estos con la fachada bonita y un marco de madera, luna de cristal y letras doradas en el vidrio. Imaginaos las mesas redondas y los taburetes. La música suena suave, jazz intimista. Parece una especie de pub británico. Hay un escenario al fondo con una gran cortina roja. Las luces son doradas y hacen resplandecer los cristales verdes de las lámparas, el humo de los cigarros flota en el aire.

¿Lo tenéis ya? Perfecto.

Ahora se escucha una mandolina. Algo así, rollo italiano, y las luces cambian, los focos apuntan al telón rojo y éste se levanta lentamente. El público fija su mirada en el escenario y comienza el encantamiento. Y es que, cuando un telón se levanta, sucede algo mágico. Atrapa la atención. Todos estamos dispuestos a dejarnos embelesar… todos estamos deseando que nos hechicen, que nos sorprendan, que nos fascinen. Que nos hagan soñar.

Ahí está nuestra historia de esta noche, iluminada por el resplandor de las candilejas. El papel pintado muestra el decorado de una ciudad. Es una calle oscura, cerca del centro, un poco sucia. Hay dos edificios y una escalera de incendios, y al fondo, un cartel que chisporrotea con neones rojos en el que se lee claramente el nombre del local: Euphoria. Es noche cerrada, el brillo ambarino de las farolas ilumina los charcos de la callejuela. Delante del decorado se mueve una silueta; es como un teatro de sombras chinescas. Se trata de una figura delgada, desgarbada, que avanza nerviosa e insegura, mirando sobre su hombro y con aspecto de no gustarle mucho este sitio.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now