Escena 27

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Escena 27, toma 1

Nunca le perdonaré por eso. Hay muchas cosas que no le perdonaré nunca a Lot, pero lo de aquella noche en la plaza de la catedral aún hoy sigue latiendo dentro de mí, provocándome un terror atávico. Ojalá pudiera decir que nunca había pasado tanto miedo, pero joder, he pasado tanto miedo, tantas veces y por tantas cosas, que no puedo hacer un puñetero concurso para comprobar qué ocasión fue la peor. Sin embargo, esta me dejó una huella que no puedo olvidar.

Estaba en el tejado de la catedral, a más de sesenta metros de altura mientras a nuestro alrededor se desataba el puto apocalipsis. Guardianes con las espadas de alma resplandeciendo, haciéndome temblar cada vez que oía sus voces; awen cantando y cantando sin parar hasta que la música me produjo náuseas, tipos de la Resistencia apaleando a tipos de la Organización, satures comiéndose a tipos de la Resistencia, Verdugos haciendo volar las puñeteras guadañas... se escuchaban rugidos, disparos y el crepitar del fuego por todas partes.

Y entonces, en un fogonazo naranja, Lot desapareció y en su lugar, una figura tomó forma y una voz serena y conocida dijo mi nombre.

—¿Alexander?

Era Liam, con el rifle al hombro y la expresión sorprendida.

Miré abajo, aturdido. Localicé la plaza adyacente donde antes había estado el Maestro Ilusionista y vi a Mara y a Lot frente a ella. Tardé unos segundos en comprender y atar todos los cabos: el muy imbécil se había cambiado de lugar con él. Se me escapó un grito y eché a correr hacia las escaleras, solo pensando en alcanzarle, sin saber ni siquiera qué iba a hacer a continuación. El corazón me latía como un loco en el pecho, pensaba que iba a fallarme. Morir bajando las escaleras sería patético.

—¡Así no, Alex!

Me zumbaban los oídos, pero aun así podía escuchar a Liam llamándome, corriendo detrás de mí. No le hice caso y proseguí mi carrera, empujando a los hombres y las mujeres que había en la catedral hasta salir al exterior. Una bofetada de aire corrosivo y frío me golpeó en el rostro: la niebla estaba asediando la plaza, presta a alimentar a las criaturas de la Organización.

Tenía que alcanzar a Mara. Tenía que acabar con esa zorra antes de que ella acabara con mi novio. Ese pensamiento tan infantil y poco elaborado me daba fuerzas.

Afuera, el escenario era aún más dantesco de lo que se veía desde arriba. Había sangre y cadáveres por el suelo, trozos de... gente... en fin, cosas que no me apetece describir. En cada una de las bocacalles que daban a la plaza había grupos luchando: agentes de la Organización vaciando los cargadores, hombres y mujeres de la Resistencia con máscaras de gas y armados con pistolas, rifles, lanzallamas y bates. También satures y verdugos.

Los awen, que antes cantaban en los tejados, se habían reunido en el centro de la plaza y su canción vibraba en cada piedra, en cada molécula de aire. Hasta en mi propia sangre. Aquella vibración constante me estaba poniendo enfermo. Los Guardianes estaban a su alrededor, con las espadas en las manos. Su sola visión me empujaba al pánico, y me frené en seco.

—¡Alex, así no! —Unos brazos se cerraron a mi alrededor y caí al suelo, placado por el cuerpo cálido y poderoso del Maestro Ilusionista—. Por Dios, ¿no ves que te vas a matar?

El suelo alrededor de la plaza se iluminaba con resplandores rojos, como brasas, palpitando de forma constante, como si siguieran la cadencia de la melodía tejida por los awen. Una llamarada se alzó a un lado de la plaza. Otra al otro. De pronto, una lengua de llamas comenzó a circundar el lugar, aislándolo... y aislándonos a nosotros.

—¡No! —Grité. Y grité con tanta furia que sentí que se me desgarraba la garganta—. ¡No, no, no, no! ¡Lot!

Cuando el canto cesó, un muro de fuego se había alzado, alto como un bosque. No había escapatoria.

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⏰ Last updated: May 23, 2020 ⏰

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