Escena 24

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Escena 24 toma 1

Durante las horas siguientes, la ciudad fue presa de una agitación febril. Como un cuerpo enfermo luchando por sobreponerse, la niebla lo engulló todo, convirtiendo las calles en oscuros túneles infestados de humo.

Desde la casa de Alex, todo eso parecía estar ocurriendo en otro mundo, en otro lugar. Se oían explosiones de cuando en cuando, elevándose por encima del ruido de los ventiladores y los reactores. Yo aguardaba, pegado al cristal de la ventana, con el teléfono de Lot en la mano, inquieto.

Ya os he hablado antes de esa sensación, ¿no? La que siempre tuve. La de inminencia. Pues en aquellos instantes era más fuerte y aterradora que nunca. Me sentía como si estuviera al borde de un precipicio, percibiendo la tormenta a mi espalda, avanzando inexorable.

Lot estaba tumbado en el sofá. De vez en cuando le escuchaba respirar con fuerza o agitarse, presa de una convulsión, pero los síntomas iban disminuyendo conforme pasaba el tiempo. Yo no tenía ninguna razón para saberlo, pero intuía que aquellos eran los efectos que tenía en él el hecho de volver a estar completo. O todo lo completo que podía permitirse. Así que, mientras mi amante terminaba de superar la crisis, yo aguardaba junto a la ventana, esperando alguna nueva llamada, más noticias de Liam, de quien fuera... asustado e impotente y pensando que todo estaba siendo un enorme error, arrepintiéndome de todas las decisiones tomadas. En resumen, lo que hace uno cuando está acojonado.

Una parte de mí quería volver al sofá y estar a su lado, ayudarle a pasar por aquello. Pero no había nada que pudiera hacer y a Lot no le gustaba la compasión. Al principio había intentado decirle palabras cálidas y sujetarle la mano, pero me había mandado a la mierda con una rabia que yo no le había conocido hasta entonces. Su rostro iba perdiendo poco a poco esa naturaleza artificial y extraña que tanto me había inquietado, volviéndose más real, más humano. Pensé que eso iba a gustarme, pero me di cuenta de que su desprecio era aún peor ahora. Así que no quise exponerme a más salidas de tono y me batí en retirada.

Recuerdo esas horas como una mezcla de tensión, soledad e incertidumbre. Al otro lado no se veía otra cosa que niebla ocre y las oscuras siluetas de los edificios colindantes. Tenía hambre y empezaba a ponerme nervioso, cansado ya de esperar y no hacer nada, cuando al fin mi compañero se incorporó, agotado y con gesto de molestia. Se miró el traje y lo sacudió, sacando la pitillera y encendiéndose un cigarro.

—Se ha arrugado.

Me volví hacia él, dibujando media sonrisa.

—Podemos plancharlo. ¿Qué tal te encuentras?

La llama del Zippo bailó en la penumbra antes de desaparecer, dejando solo el punto rojizo de la brasa como única luz en la habitación.

—Como si me hubiera pasado por encima un desfile militar. Pero... —se palpó la chaqueta otra vez y levantó la ceja— parece que no me falta nada.

—No estás tan distinto —comprobé, sin saber exactamente si eso me alegraba o no.

—¿Qué esperabas? ¿Algo como lo de la Bella y la Bestia? ¿Una transformación real? —Me encogí de hombros y él se echó a reír, sujetando el pitillo entre los dientes. Le brillaron los ojos, pero esta vez la llama que los animaba estaba viva—. Creo que tienes demasiado idealizado eso de la redención a través del amor.

—¿Es lo que ha ocurrido aquí? ¿Te has redimido a través del amor?

—No exactamente. Pero creo que se le parece un poco.

Sonreí con inseguridad, emocionado como un adolescente. Aquella era la herencia de Alex, esos sentimientos ñoños que a veces me embargaban y de los que, por extraño que pudiera parecer, no me avergonzaba.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora