Escena 12

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Escena 12, toma primera

Al amanecer del día siguiente, me desperté al notar sus dedos correteando por mi espalda. Una luz gris y débil se colaba perezosamente por la ventana de celosía y empezaba a refrescar. Me di la vuelta para mirarle a la cara. Yo aún no estaba despierto del todo. Él estaba despeinado y me contemplaba con los párpados entrecerrados. Los ojos ambarinos brillaban entre las pestañas negras con un resplandor ávido.

—Tengo hambre —me susurró al oído, mientras me abría los pantalones. Y luego añadió, sin que viniera a colación—: ¿Has pasado miedo?

Alcé las manos y recorrí su rostro con los dedos. En aquella luz grisácea, Lot parecía más artificial que nunca.

—Mucho —reconocí—. Esa cosa pasó muy cerca.

Me rodeó con el brazo y me puso sobre él, acomodándose entre los cojines. Deslizó las manos por mi espalda y mis costados y luego las metió debajo del pantalón abierto, agarrándome del trasero y estrechándolo con fuerza.

—¿Sabes qué son las guadañas de los verdugos, Alexander? —Hablaba en el mismo tono bajo, dándole cierto misterio a la cuestión. Yo negué con la cabeza—. Son sus almas.

Me estremecí.

—Esa mujer no tiene alma —dije—. Y si es esa cosa horrible, negra y afilada, eso ya no es un alma.

—No, no lo creo. Destruye todo lo que toca.

Un destello de rabia brilló en su mirada. Tensó la mandíbula. Recordé cómo se había venido abajo la fábrica: aquella mujer había destruido su creación.

—Lo siento —dije, acariciándole el pelo. Los mechones, antes endurecidos por el fijador, se iban despegando poco a poco, extrañamente suaves al tacto.

Lot me había dicho que la vieja factoría era de su padre, pero se había desmoronado como si no fuera más que un lienzo pintado. Una ilusión. Entonces, ¿existía, o no? ¿Era verdad todo lo que me había contado sobre aquel lugar? Conociéndole, seguramente me había engañado y era mentira. Pero eso no lo hacía menos doloroso. Ver deshacerse en polvo aquel lugar mágico, tan lleno de él, me había causado una furia irracional. Entonces comprendí de modo certero, como si me atravesara un rayo de luz, lo que quería decir Lot con eso de que no importaba si las cosas eran verdad o no. ¿Qué más daba que su padre hubiera sido un inventor revolucionario, que el lugar le hubiera pertenecido realmente o no? Su belleza era real, era real el entusiasmo que había detrás de aquel minucioso trabajo de creación, era real la perfecta combinación de colores, la incidencia de la luz, y en esa belleza había amor. Amor por la creación, amor al Arte. «No importa la verdad o la mentira», me repetí. Esas habían sido sus palabras, hacía dos días, o tres, no lo recordaba. «No importa lo real o lo irreal, igual que no importa lo que es mentira ni lo que es verdad. Lo que importa es la belleza». Cuando le había escuchado decirlo por primera vez, me había conmovido. Ahora, además, creía que tenía razón.

Salí de mis reflexiones y le miré. Él estaba haciendo círculos con el dedo sobre mi brazo desnudo. Su mirada era enigmática.

—Es la segunda vez que me tiras de la manga para salvarme la vida. ¿Te has propuesto convertirte en mi héroe? —agregó, sonriendo sesgadamente—. Porque tienes más aspecto de víctima a la que hay que rescatar, la verdad.

Repté sobre él y crucé los brazos sobre su pecho, mirándole de cerca. Imité su media sonrisa lo mejor que supe. La malicia no me salió tan bien.

—Solo hice lo que hubiera hecho cualquiera. Pero no te dejes llevar por las apariencias. Ya sabes lo que dicen.

Me acerqué a sus labios. Él me apretó las nalgas entre los dedos.

—¿Que son lo más importante de la vida? —me susurró.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now