Escena 5

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Escena 5, toma primera.

 Lot Anders pasó la noche solo, durmiendo en la habitación de Alex a pierna suelta y sin la menor preocupación. A eso de las seis de la mañana, el joven fotógrafo entreabrió la puerta y se metió bajo las sábanas, a su lado. No le rodeó con los brazos ni hizo el menor acercamiento. Su cuerpo apenas pesaba sobre el colchón y su intrusión fue de lo más discreta, pero no lo suficiente como para que Lot no se diera cuenta: abrió los ojos y aguardó durante algunos minutos hasta que le escuchó respirar profundamente. Entonces se dio la vuelta y le espió. Sí, Alexander estaba dormido por completo. Tras comprobarlo, se levantó con la mayor cautela y se dirigió al cuarto de baño. Sus pies enfundados en los calcetines de punta verde no hacían ruido sobre la crujiente tarima, así que no había peligro de despertarle. Abrió la puerta con todo cuidado y se sentó al borde de la bañera.

 Las paredes encaladas todavía permanecían húmedas. La toalla que Alex había usado se balanceaba en la barra de la cortina y la pequeña ventana dejaba entrar la luz de la luna, mohosa y apagada. Olía a jabón y a sales. El ilusionista alargó la mano hacia la esponja y la estrujó entre los dedos, con una media sonrisa. Un chorrito de agua blanquecina cayó sobre la porcelana de la bañera y se formó espuma entre sus dedos.

 —Tú sí que sabes cómo mantener tu cuerpo en buen estado, ¿eh? Y sin necesidad de barnices ni químicos —murmuró—. Chico listo.

 Soltó la esponja de cualquier manera y se miró al espejo. Al ver su semblante, frunció el ceño con un arrebato de mal humor. Empezaba a tener ojeras otra vez y su cutis perdía el lustre. Eran las consecuencias de la falta de energía; llevaba dos días alimentándose únicamente de imágenes y fotografías y siendo asaltado por una rémora hambrienta, cosa que empezaba a notarse en su salud. Aunque para ser justos, las instantáneas de ese Alex habían resultado sorprendentemente nutritivas: había mucho sentimiento, una gran cantidad de energía emocional acumulada en ellas. Eso las había convertido en raciones de emergencia de lo más satisfactorias, pero a pesar de todo… no eran suficiente.

 Suspiró y apartó la mirada del espejo, pensativo.

 En aquellos momentos, Lot Anders tenía muchos problemas. Bastante serios, además. No estaba pasando precisamente por el mejor momento de su carrera. No obstante, no era una persona de naturaleza dramática, así que pasó a analizar los asuntos que le parecían prioritarios, y uno fundamental era el tema de llenar la despensa. Por una parte, aunque tenía fuentes de energía a su alcance, tenía que asegurarse una provisión de alimento constante y suficiente. Una que no le obligara a estar relamiendo fotografías y cintas de vídeo que antes o después acabarían desgastándose y desapareciendo. Y por otra parte, tenía que empezar a poner orden en las conductas absurdas de la rémora. Más allá de la fascinación que la situación le producía, la rémora que se hospedaba en el endeble cuerpo del fotógrafo estaba adquiriendo manías de lo más irritantes… que para hacer la cuestión aún más interesante, tenían algo que divertía tremendamente a Lot.

 En la penumbra del cuarto de baño, esbozó una sonrisilla siniestra al recordar cómo había intentado aquel pequeño bastardo volver a alimentarse de él. De él. De un ilusionista. Y por segunda vez. Era intolerable, aunque le hacía gracia. A Lot siempre le había gustado la rebeldía, eso de romper las normas era muy de su estilo, aunque claro, si esto estuviera ocurriendo en el entorno controlador y paternalista de la Organización, Lot Anders habría arrancado el corazón de esa pequeña rémora intrusiva y la habría arrojado por un conducto de desecho. Allí no se permitían esta clase de comportamientos. Atentaban directamente contra las jerarquías establecidas y el orden imperante. No se consentían. Jamás. Nunca. Bajo ningún concepto. Y si se daban tales casos, se aplicaban severos correctivos tanto a la víctima como al infractor: al primero por permitir semejante despropósito o no estar lo suficientemente preparado para evitarlo, al segundo, por romper las reglas.

Flores de Asfalto II: La SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora