Capítulo 11

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Sentada en la vieja mecedera de su abuelo y balanceándose lentamente, Clarke, observó la tarde desapareciendo lentamente frente a sus ojos. Allí en el porche, respiró profundo y se abrazó a sí misma cuando sintió la briza fría envolverle.

Es la hora en que la mayoría de las personas vuelven a casa de sus diversas actividades y esa quietud serena, que trae la tarde consigo, poco a poco se va desplazando. La calle vacía y silente comienza a cobrar vida con las primeras farolas que se encienden, con los motores que rugen de regreso a casa y algunas conversaciones que se cruzan de allá para acá.

Su mirada viaja hacia el poniente, donde termina la pequeña avenida que baja, y vislumbra la playa. Su vista se pierde en aquel horizonte rojizo que poco a poco va tiñéndose de gris; aquella vista le encanta.

Sonríe, hay algo allí que le relaja y acaricia su corazón. El simple hecho de sentarse allí y observar esos colores que se funden frente a sus ojos la sumergen en un trance profundo de contemplación y retrospección.

Rimbaud es su hogar, así lo sintió desde el primer momento en que puso sus pies allí y no puede decir con exactitud qué fue lo que le atrapó de aquella hermosa ciudad.

Solo recuerda que desde el primer momento qué puso sus pies allí, sintió una conexión especial con aquel lugar; como si hubiese estado destinada, desde de siempre, a hacer su vida allí.


Clarke nació y creció en el extranjero junto a sus padres, nunca vivió demasiados sobresaltos, problemas o necesidades. Creció en ciudad cosmopolita, grande y hermosa, llena de vida y oportunidades, donde conoció diferentes culturas y se rodeó de gran diversidad, pero, donde, inexplicablemente, siempre se sintió fuera de lugar y desarraigada.

Quizás eran sus raíces tirándole silenciosamente hacía donde pertenecía; esa tierra lejana, separada por un océano de distancia, donde existía una cuidad llamada Rimbaud.

Siempre supo que sus padres habían crecido en aquel lugar y que su única familia, sus abuelos paternos, Pascual y Elis, todavía vivían en aquel lugar.

A través de fotos y recuerdos, sus padres, siempre le mantuvieron de alguna manera cercana a sus raíces y familia, pero, a pesar que ellos siempre mantuvieron el contacto y cercanía con sus abuelos, personalmente, nunca logró crear un vínculo demasiado profundo con ellos.

Fue solo hace once años atrás, recién en sus veintes, cuando su abuelo murió, qué deseó haberle tenido como una constante en su vida. Su partida se sintió como un extraño golpe a su corazón, porqué perdió a alguien a quien sabía que quería, pero del cual poco conocía su corazón y deseó que hubiese sido diferente.

Por aquel entonces viajo junto a sus padres para despedirle y pasar un tiempo junto a su abuela. Allí se hizo el propósito de reconectarse y encontrar algún nexo con ella, para qué, sin importar las distancias que le separasen, pudiesen mantenerlo en el tiempo.

Clarke no sabe que sucedió, sí fue Elis o Rimbaud, o ambos en su conjunto, pero lo que en principio eran dos semanas, se convirtieron en tres, luego en cuatro, y así fueron sumando sucesivamente.

Sin ser consciente, comenzó a verse envuelta en algo diferente y extraño. Algo inexplicable, con lo cual, su joven vida, comenzó a cobrar sentido; y fue como si por primera vez encajará verdaderamente en algún lugar.

Lo primero que le atrapó, fue lo que se dio entre su abuela y ella. Se forjó algo sorpresivo y rápido, una complicidad única y singular, como si toda la vida la hubiesen tenido; ella amaba a su madre, pero lo que encontró en su abuela fue algo diferente.

Luego estuvo la cuidad en sí que le cautivo, con paisajes y entornos maravillosos, abrasada por el mar y las montañas; una ciudad encantada, que atrapaba sin querer y se metía bajo la piel.

Un viaje inesperadoWhere stories live. Discover now