Capítulo 10

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Cuando Lexa había salido del hospital era consciente que su recuperación, tanto psicológica somo física, iba a ser un proceso largo y lento. Sin embargo, sus doctores le habían informado que, con la rehabilitación adecuada, lograría volver a ser una persona autónoma e independiente; aunque para eso requeriría de tiempo, trabajo, perseverancia, constancia y mucha paciencia.

A pesar de lo difícil que era todo a su alrededor en esos momentos, se había hecho el propósito de dar lo mejor de sí misma para afrontar la rehabilitación, siendo fuerte y optimista. Sin embargo, lamentablemente, aquella resolución fue yendo cuesta abajo lentamente, ante el dolor, el cansancio, la impotencia y la frustración del día a día.


El primer mes fue un verdadero suplicio y su adaptación a la nueva realidad, en todos los sentidos, fue extremadamente difícil.

Debió resignarse a continuar dependiendo de Clarke y Elis, algo que sentía frustrante para si misma e injusto para ellas. Sin embargo, no podía hacer nada más qué adaptarse y esperar hasta que estuviera en condiciones de valerse por sí misma y encontrará claridad respecto a su vida, en cosas tan simples como saber cuáles eran sus recursos económicos.

Después estaba el hecho que quedarse en un sitio extraño y ajeno para ella, se sentía incomodo y fuera de lugar en sí mismo. Nada tenía que ver con alguna de las dos mujeres, tampoco era que no lo apreciará, o no estuviese agradecida por todo lo que habían hecho y seguían haciendo por ella; simplemente no se sentía bien estar en un lugar que no le pertenecía.

Además, sentía su privacidad restringida y su independencia entorpecida; aunque eso, probablemente, nada tenía que ver con Clarke y Elis, que le dieron todo el espacio, tiempo y privacidad que necesitaba, sino más bien con lo sobrepasada que se sentía de las otras personas que constantemente entraban y salían de su día a día.

Tenía una enfermera que se encargaba de sus cuidados básicos, ayuda y compañía constante. Un fisioterapeuta que se enfocaba en mejorar su movilidad y habilidades motoras, así como en el fortalecimiento de músculos y articulaciones. Además, de un psicólogo que le visitaba algunas veces por semana.

Lexa siempre había sido consciente que necesitaría de ayuda hasta en las tareas más básicas y cotidianas cuando fuera dada de alta, porque su movilidad era limitada y mínima; mientras que el dolor físico, ese que a veces parecía partirle el cráneo o quebrar su cuerpo, producto de todo el trauma que había sufrido, no se irían de un día para otro. Pero, ser consciente y experimentarlo fue muy diferente; sobre todo en un ambiente distinto al de un hospital.

La terapia física arrancaba casi todas las fuerzas que tenía en sí, dejándola completamente agotada y exhausta, pero lo que terminaba por hundirle al final del día, era la constante lucha mental y emocional que libraba, porque sus recuerdos no parecían querer progresar.

Todo lo que había en su memoria se remontaba a su niñez y juventud en Rimbaud, y aunque todavía había vacíos todo era un poco más claro; pero cualquier otro recuerdo fuera de aquella época de su vida, eran completamente imprecisos y confusos.

Había recordado la cuidad de Whitman, asumiendo que allí es donde vivía y tenía su vida, pero aparte de eso nunca vino nada más.

Solo tenía sensaciones que no podía explicar, cosas que creía saber, sin saber realmente; como si de alguna manera hablaran, silenciosamente, a través del bombeo constante de su corazón, como si algunas certezas viajaran a través del flujo continuo de su sangre o como si algunas respuestas estuvieran esculpidas en sus huesos.

En definitiva, por aquel entonces, no veía que mejoraba y no era capaz de ver nada más allá de eso. Su estado de ánimo decaía y se desmoralizaba día a día, e iba llenándose de más y más frustración e impotencia.

Un viaje inesperadoWhere stories live. Discover now