Capítulo 9

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Anne

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Anne

—¿Qué tal dormiste? —indaga mi amiga, intentando deshacer el nudo que se ha formado en su cabello, mientras cepilla sus dientes.

—Pues aún tengo sueño —comento somnolienta—. ¡Habría podido dormir más de no ser porque alguien decidió usar una olla como despertador a las siete de la mañana! —espeto alzando la voz para que ese alguien, que se encuentra en la cocina, me escuche.

—¡No puedes ser tan perezosa! —grita Oscar haciendo un ruido molesto con la olla.

—¡Vete a la... !

—Diablos señorita. —Se escucha desde fuera del baño.

—Tú vete con él —añado.

Al terminar de arreglarnos nos dirigimos a la cocina para desayunar. Oscar preparó waffles y jugo de manzana.

—Tiene buena pinta —comento tomando asiento en el enorme mesón y dando el primer bocado de inmediato.

—¿Existe algo que no te guste comer? —Roy enarca una ceja en mi dirección—. Yo creo que no.

—A ti —suelto e ignorando las carcajadas de los demás sigo degustando mi desayuno.

El sonido de una llamada hace que los dos se callen de golpe. Mi vista viaja al estirado que mira la pantalla de su móvil con el ceño fruncido.

—Yo... enseguida regreso. —Y justo como en la madrugada se levanta dejándonos solos.

Mi curiosidad empieza a crecer considerablemente. Quizás no es asunto mío pero quiero saber quién lo llama tanto y hace que ponga esa cara de amargado.

Aunque es la que tiene.

—Tranquila, no creo que tenga a otra —bromea el castaño a mi derecha.

Probablemente le diría que se vaya a freír espárragos o que deje de molestar, pero mi mente está en otro lugar.

La pregunta que me hizo en la madrugada me dejó pensando. Tal vez es buena idea acercarme a él, podría necesitar apoyo y estarse negando. O quizás es todo lo contrario.

Me estrujo la cara con frustración dejando lo que queda de mi desayuno.

¡Al diablo! Si quiere estar solo que lo diga pero hablaré con él. Necesito saber qué le ocurre.

—He perdido el apetito —informo yendo por donde ví salir a Roy.

Salgo de la cabaña y lo encuentro agachado, de espaldas a la puerta, sosteniendo el teléfono en su oído mientras se agarra el cabello con desespero.

—Claro que no Verónica. Sab...

Verónica... Ese nombre...

Sus palabras quedan en el aire puesto que, en mi intento de ser sigilosa, termino quebrando algo en el suelo.

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