Capítulo 20

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Roy

—¡¿Qué demonios te pasa, mamá?! —le grito interponiéndome entre ella y Anne—. No te atrevas a ponerle un dedo encima a mi novia de nuevo —advierto y mis manos se vuelven puños conteniendo la rabia.

Nunca le había alzado la voz a mi madre pero lo que acaba de hacer es imperdonable. Le acepto muchas cosas pero jamás que toque a mi chica.

—¡¿Cómo te atreves a tocar a mi sobrina?! —grita mi tía.

La casa es un caos. Mi tío se encuentra a un lado procurando no entrometerse. Sé que se está conteniendo porque si lo hace las cosas acabarán muy mal.

Me giro hacia a Anne pero no la veo. Observo a todos lados. No está.

Salgo de la casa como alma que lleva el diablo, buscándola. Se encuentra sentada en la acera con la vista fija en un gato negro que está al otro lado de la calle.

Me agacho detrás de ella y paso los brazos por encima de sus hombros, hundiendo la cabeza en su cuello. La siento tensa, aspiro su perfume y como por arte de magia toda la molestia desaparece.

—Creo que tu madre me odia. —La escucho murmurar y el corazón se me encoge.

Lo que menos debe preocuparle es lo que piense ella. A mi madre solo le interesa alguien que beneficie nuestro sustento económico.

—Oye. —La obligo a mirarme, su mejilla está roja y no puedo evitar tensar la mandíbula—. Carajo... —mascullo entre dientes.

Acomodo el cabello detrás de su oreja y limpio una lágrima que se le escapa. Me duele verla así, peor aún sabiendo que es mi culpa.

—Lo siento... —murmuro acariciando la zona lastimada. La poca distancia entre ambos me permite sentir la calidez de su aliento—. No dejaré que te hagan daño —hablo seguro—. Perdón por esto... Joder Anne, eres mi vida. Te juro que ni ella ni nadie te pondrá una mano encima de nuevo...

La beso con suavidad. Me gusta hacerlo porque de alguna forma me tranquiliza.

Ella se separa un poco y me alarmo. Tengo miedo de perderla.

Me calmo un poco, aunque no del todo, cuando sus labios forman una sonrisa débil.

—Perdóname a mí... —susurra y otra lágrima se le escapa.

Verla llorar me desarma. Siempre tengo esa necesidad de protegerla y me frustro cuando no lo consigo.

—¿Qué locuras dices? —Acuno con una mano su mejilla—. No tienes que disculparte... Tú no has hecho nada, ¿de acuerdo?

Un grito proveniente de casa la sobresalta.

—¿Te parece si vamos a otro lado? —propongo y asiente apretando los labios.

Apuesto por lo nuestro © ✔️Where stories live. Discover now