Capítulo 1

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  Ese invierno era uno de los más fríos que ella había conocido. Algunas personas se sienten envueltas en una extraña melancolía con la llegada de esta estación.

 Alba era una de ellas. Hacía unos cuantos años que su padre había fallecido justo en esta época del año, y aunque ya se sentía mejor, su recuerdo cada tanto la invadía.

 Fue ese invierno cuando el Sol y la Luna se encontraron.

 La calefacción de la librería abrazaba el pequeño cuerpo de Alba, quien disfrutaba de una taza de té mientras esperaba que el reloj indique las cinco de la tarde y, por lo tanto, el fin de su turno. El sonido de la campanilla de la puerta hizo que levantara la mirada, para contemplar a la muchacha que se dirigía a ella.

 Su cabello rubio caía sobre sus hombros finalizando en la mitad de su espalda, y vestía una chaqueta negra, jeans y un beanie. Caminaba con movimientos elegantes y un aire de superioridad invadía su rostro mientras sus ojos estudiaban el lugar. No tenía el cuerpo de una modelo, pero su figura resaltaba por entre las demás.

 De pronto, se detuvo en seco con la mirada puesta en el mural que había a su izquierda. No dijo nada sino hasta que Alba se acercó a ella saludándola, pero no dejó que le preguntara si podía ayudarla.

-¿Quién pintó ese mural? –dijo con una voz grave, y algo que parecía ser desagrado.

 Alba miró la pared pintada con el rostro de una mujer, que en su piel tenía escritas varias frases de clásicos literarios tales como "El Principito" y "Cien Años de Soledad", y luego respondió:

-He sido yo.

 La mujer no volteó a mirarla ni halagó su trabajo como hacían muchos, sólo levantó las cejas y permaneció callada.

-¿Puedo ayudarla con algo? –preguntó Alba, cansada de la incomodidad del ambiente.

-Estoy buscando libros de Óscar Wilde, quiero completar mi colección –algo que parecía ser desagrado acompañaba sus palabras, pero fue en ese momento cuando volteó la vista para poder conectar sus ojos con los de Alba.

 Eran avellana, y se cruzaron con un cielo azul.

-¿Te gusta su forma de escribir? –preguntó mientras se dirigía al estante donde seguro hallaría alguna de sus obras, siendo seguida por la muchacha.

-Es mi escritor favorito.

 Alba solo asintió.

-Aquí hay algunos –señaló una estantería.

 Al cabo de unos cuantos minutos, la muchacha rubia se acercó al mostrador, donde Alba se encontraba, para pagar los libros que tenía en manos.

-Así que lo hiciste tú –comentó mientras le entregaba el dinero de su compra.

 La librera tardó unos segundos en darse cuenta de que se refería al mural.

-Sí, ¿te gusta? –preguntó con miedo a la respuesta.

-Claro, tienes talento –le respondió, curvando las comisuras de la boca, en lo que parecía ser una casi sonrisa.

-Muchas gracias –respondió tranquila.

-Supongo que nos veremos más seguido de lo que imaginas, tienes muy buenas ediciones de las obras de Óscar –comentó mientras tomaba la bolsa que contenía los libros que había comprado.

-Será un placer recibirla... -e hizo un silencio que dejó las palabras en el aire, esperando ser completadas con el nombre de su clienta.

-Jude –dijo rápidamente.

-Bonito nombre, no es muy común por aquí.

-Lo sé, me considero única.

 Esas últimas palabras le dijeron a Alba que la muchacha que ahora tenía nombre, también tenía un ego algo alto.

 No hizo falta que hablara, pues al parecer su cara la delató e hizo que Jude soltara una carcajada.

-Solo bromeo –rio-. ¿Y cuál es el tuyo?

-Alba.

-Es bonito también... ¿Te importa si me siento a leer en aquella mesa? –preguntó señalando al pequeño mueble ubicado a unos metros, que casi nadie utilizaba.

-Claro, siéntate.

 Y al cabo de unas horas, la librera escuchó a Jude sollozar. Lo que hizo que Alba dejara de hacer lo que estaba haciendo y se acercara alarmada hacia ella.

-¿Qué te sucede? ¿Te puedo ayudar?

-Es tan hermoso que duele...

-¿Qué cosa? –estaba entrando en pánico.

-El libro –señaló.

 Suspiró aliviada.

-¿Por qué? –se sentó frente a ella dispuesta a escucharla.

 Y por media hora hablaron, no solo de ese libro, sino de todos los que habían leído. Hablaron de todos los géneros y autores que se les ocurrían. Pero su charla fue interrumpida por la tía de la librera, quien le informaba que su turno ya había acabado, que por lo tanto, podía irse.

-Iré a almorzar al restaurante de comida italiana que está a unas cuadras –notificó de repente la rubia, parándose de la silla y colocándose la chaqueta-. Y ya que tu turno acabó, pensaba que podríamos comer juntas.

-No sé si debería relacionarme de esta manera con mis clientes –Jude era una completa desconocida para Alba, pero aun así quería ir.

-Te veré en quince minutos –dijo antes de dirigirle un guiño -...Fuera de esta librería ya no soy tu clienta.

 Sus nombres eran Sol y Luna, buscaban algo, muchas veces sin ser conscientes ellas mismas de lo que hacían. Sol era reservada, introvertida, estructurada decían muchos, tímida, tenía mucho para dar y no siempre era apreciado, muchos no comprendían su forma particular de querer ya que si alguien le importaba, estaba dispuesta a demostrarlo; le costaba ser independiente al decidir por su crianza, todo lo que había formado su personalidad.

 Luna era una incógnita para quien quisiera conocer como era en realidad, se ocultaba tras una imagen de alguien despreocupada, a quien todo le parecía bien, se reía, se divertía, la mayoría la tomaba como alguien trivial, sin mucho que dar, como no teniendo una razón para sentirse mal o estar triste. Pero como en algún momento de la vida todo se equipara, llegó el día esperado... se encontraron.

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