Capítulo 5

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  El departamento de Jude podría haber sido considerado amplio si el salón no hubiese estado repleto de libros.

-Está algo... desordenado –observó. No quería ser descortés, pero tampoco una mentirosa.

-Lo sé, y no lo lamento –y era cierto. Lanzó las llaves de su auto a un lado, como si no le interesaran-. ¿Tienes hambre o sólo quieres dormir? –preguntó mientras se quitaba los zapatos y el vestido, quedándose únicamente en ropa interior.

 Alba no respondió. De repente hacía mucho calor, y su corazón palpitaba tan fuerte contra su pecho que podría haberse salido de allí.

-¿Qué sucede? No tengo nada que tú no.

 No sabía si era la armoniosa forma de su cuerpo, la manera en la que él la llamaba o el simple hecho de que no pareciese tener pudor alguno, pero sentía que sus ojos iban a salirse de su lugar. Jude tenía una increíble piel pálida y tersa, pechos que eran tres veces mayor al del tamaño de los de Alba y la celulitis que conformaba sus piernas hacía que la librera quisiera pintarla hasta que pareciera que en su piel estuvieran las olas del océano más colorido del mundo.

-Bien, como pareces bastante entretenida mirando mis pechos, comeremos algo. Tengo hambre.

***

 La chica seguía en ropa interior cuando se dirigieron a la cocina.

 Alba permanecía sentada en una de las sillas de la encimera mientras Jude hacía dos simples sándwiches. No podía evitar mirar la figura de la muchacha.

 La vio sentarse frente a ella y entregarle un plato con el sándwich. Intentó concentrarse solamente en sus ojos, pero le era imposible teniendo un par más atrayente un poco más abajo, así que su mirada viajaba rápidamente de un lado a otro con indecisión, y el aire de la habitación se hacía segundo a segundo mucho más pesado.

-¿Quieres que me cubra? Porque me estás inundando el departamento con tu saliva –le dijo empujando su mandíbula con un dedo para que cerrara la boca.

 Por supuesto que no quería, pero decirle eso sería indecente.

-Supongo que sí –contestó mirando sus ojos fijamente, lo cual requirió un gran esfuerzo-. No porque no quiera verte –resaltó, aunque decirle eso no era necesario-, sino porque quiero comer sin sentir que no puedo mantener los ojos en un punto fijo.

-¿Puedes prestarme tu abrigo?

 Se lo dio de inmediato, cansada de la tortura que había vivido.

-¿Así está bien?

-Claro.

***

 Alba y Jude habían decidido que no iban a dormir. Se sentaron en la terraza, la cual tenía una vista al resto de la ciudad. No era una vista maravillosa como las que los escritores describían en las más románticas historias de amor que había leído, pero allí, junto a Jude, la chica pensaba que era incluso mejor.

-¿Por qué me provocas así? –la rubia la miraba sin disimulación alguna y no hacía de esa una situación agradable.

 Jude sonrió y había cierta perversidad en sus ojos.

-Quiero averiguar algo.

-¿Qué cosa?

 Pero Jude no respondió, y prefirió evadir su pregunta con un comentario.

-No sé si es por tu cabello increíblemente negro, pero eres demasiado pálida.

 Alba rodó los ojos. ¿Cómo era posible que la muchacha rubia jamás contestara más de tres preguntas seguidas sin cambiar de tema?

-Tú también eres muy pálida, incluso más que yo.

-Mi piel es demasiado sensible a los rayos solares. Debo gastar demasiado dinero en protectores solares para no sufrir las consecuencias. Es como una especie de alergia al sol.

 La morocha soltó una sonora carcajada.

-No puede ser cierto, es demasiado patético.

 Jude frunció el ceño, lo que le dijo a Alba que no estaba bromeando respecto a la causa de su palidez.

-Lo siento –se puso seria de un momento a otro.

-Te sorprenderá saber que con alergia al sol y todo, tengo la piel divina –sonrió con superioridad-. Cuando quieras puedes comprobar tocando cualquier parte de la piel de mi cuerpo.

 La librera simplemente la miró. Nunca había conocido a una persona con tanto amor propio en su vida. La carcajada que soltó Alba después de eso, no iba a ser la única de aquella noche, porque luego de que Jude dejara de estar ofendida con su comentario, comenzaron a conocerse.

***

 Eran parecidas, pero diferentes. Amaban la música, los Beatles en especial, pero esa banda era la única en la que coincidían. Leían libros, pero de diferentes autores y géneros. La rubia estudiaba, aunque no en ese momento, y la morocha trabajaba.

 Eran el Sol y la Luna.

 En lo único que coincidían era que ambas habían comenzado a fascinarse la una de la otra.

 Es una lástima que no se lo dijeran en esosmomentos.

MasterpieceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora