SIETE: La mejor señora de otra época

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CAPÍTULO 7
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Sandy

Unos nudillos tocan en mi puerta y la pose equilibrada que mantenía —mi espalda alta contra la orilla del colchón, mis pies entaconados firmes en el suelo y mi mano flexionada sobre mi pecho— se desvanece. Me tropiezo un poco por el sobresalto, el tacón izquierdo se me dobla hacia un lado.

Me pongo de pie frunciendo la frente, me coloco una bata y la ato en mi cintura antes de abrir la puerta. Mi mamá del otro lado trae un plato con galletas.

—Hice galletas —anuncia, como si no fuera obvio. Luego mira sobre mi hombro a la cámara en su trípode, después a mis altos tacones y agacha la mirada—. Lamento interrumpir.

Puede decirse que mi mamá ya hizo la paz con lo que hago para ganar dinero, pero eso no significa que no le sea incómodo verlo con sus propios ojos. Es de una generación de pudor y sin Internet, comprendo siempre su aprehensión, sin embargo, vale mucho más su apoyo pese a todo.

—Ya terminaba. —Tomo una galleta y la muerdo; están calientes—. Qué delicia, ma, gracias.

Mi madre tiene el gesto de que quiere entrar y hablar un rato conmigo, como hacemos con frecuencia, pero al ver mi escenario puesto se rehúsa a hacerlo, como si las luces y la escasa lencería que evidentemente llevo bajo la bata fueran veneno para ella. Me causa ternura; antes me cohibía demasiado, ahora simplemente he aceptado que así será siempre y está bien porque me respeta.

—La reunión de cumpleaños de tu abuela quedó para el jueves 11 —anuncia—, para que no hagas planes aparte.

—Lo anotaré ya mismo —Me acerco al calendario de grandes casillas de mi pared, con mi marcador rojo pongo "cumple abue" en la casilla del 11 y decoro con dos corazones—. No me lo perdería. No se cumplen noventa años todos los días.

Mi mamá viene de una familia de once hermanos, pero ella solo pudo tenerme a mí y lo hizo ya sobre sus cuarenta años; ser hija única puede ser muy malo o muy bueno, en mi caso es muy bueno porque aterricé en una familia amorosa que en lugar de sobreprotegerme, me sobreapoya con todo lo que hago. Mamá me observa con cariño, luego, como si no quisiera, suspira y dice:

—Me cuesta entender tu trabajo.

Me pregunto si no entiende mi gusto por hacerlo, o la logística tras lo que hago. Nunca hemos hablado más de treinta segundos respecto a ninguno de los dos temas y ha sido decisión suya.

—Cuando quieras te puedo explicar, ma. No hago nada malo.

—Lo sé, hija —murmura con cariño.

—No me criaron para hacer cosas malas —añado, risueña.

Mamá, contra todo pronóstico, ríe abiertamente.

—Estoy segura de que tu papá jamás dirá que te crió para que te dediques a esto.

—Tampoco lo entiende —confirmo en voz baja—. Pero agradezco mucho que ambos me apoyen.

Mamá mira de nuevo mis accesorios, la luz enfocando mi cama, la cámara y finalmente a mí.

—Lo que te haga feliz... —sentencia con un tono entre resignado y confundido—. Ay, hija, espero que algún día pueda saberlo todo y no escandalizarme... soy una señora de otra época.

Me adelanto para abrazarla, ella me corresponde con cuidado de no botar la galleta que le queda en su bandeja.

—Eres la mejor señora de otra época, ma.

En el corazón de Sandy •TERMINADA•Where stories live. Discover now