TREINTA Y CUATRO: El tatuaje

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【CAPÍTULO 34】

Todo está limpio a su alrededor: la pintura lavada, los destrozos ya arreglados, las fotos desaparecidas. El hombre mira cada ángulo de «Línea de tinta» y siente cómo por dentro hierve de rabia.

Han borrado toda señal de su acto, lo han borrado a él, como si no valiera nada, como si no fuera importante al tener el título de dueño de Sandy.

—Dame cinco minutos, ¿vale?

El hombre asiente al amable joven de la recepción. Le ha sonreído cuando llegó y él le devolvió el gesto porque su diosa es amiga de él, lo quiere y por ende, él debe quererlo también.

El día se acerca, falta tan poco para poder estar con Sandy sin restricciones.

—Puedes seguir —dice Samuel antes de señalar el camino hacia el lugar del tatuador. Como si él no conociera cada centímetro de ese lugar—. Suerte.

—Gracias.

Camina con naturalidad, con soltura, como un hombre que no debe nada en su vida ni tiene cargas sobre los hombros. Sin embargo, estando a solo un metro del estudio, él, su corazón y todo su cuerpo se detienen cuando la ve.

No sabía que estaría allí.

Sandy, su diosa, el amor de su vida.

Sale a paso apresurado del estudio del tatuador, le sonríe vagamente, sin verlo ni un segundo a los ojos, solo por mera amabilidad. Sus brazos se rozan en el pequeño pasillo y eso basta para descolocarlo.

Es la primera vez que la tiene tan cerca.

La primera vez que la toca en persona.

El aroma de su piel, la sensación de placer que lo recorre y ver esa sonrisa tan bonita que le dedicó, solo lo convencen de que deben estar juntos, de que eso es lo correcto. Ella lo sentirá también, cuando llegue la oportunidad.

Su pecho se impacienta, pues sabe que aún falta tiempo para poder poner sus manos a su alrededor.

Entra al estudio. Encuentra al tatuador sonriendo de lado a lado.

El hombre sonríe también. No porque le agrade ver a Mauricio, el ladrón de la mujer de su vida, feliz, sino porque sabe en su corazón que pronto ella tendrá que dejarlo por irse con él, porque el corrientazo de triunfo recorre sus venas desde que descubrió la identidad de Sandy, y nada, ni siquiera saber que ahora ella está con el tatuador, puede quitarle eso.

«Que sea feliz ahora», piensa, «pronto ella será solo mía».

—Hola. Entra, ponte cómodo. Dame un segundo y busco tu diseño.

El hombre obedece, toma asiento e inspira hondo.

El aroma de Sandy —que tantas veces ha imaginado pero ahora conoce— está impregnado en el aire; lo ha encontrado hace cinco minutos y ya sabe que quiere tener ese aroma con él toda la vida.

Pronto, pronto, pronto.

Por eso vino a su estudio de tatuajes, porque el tiempo se agota y quiere que el tatuador lo vea una vez antes de llevársela. Quiere que, aunque no lo sepa aún, lo mire a los ojos y entienda que Sandy jamás será suya, que por derecho no le corresponde.

Ha ido por un tatuaje, porque nada le va alegrar más que ver su piel en un espejo y apreciar el arte que hizo su rival, saber que él ganó y que nadie le va a arrebatar eso.

Su ego se infla con la mera idea, su placer haciendo que la sangre corra con fuerza dentro de su piel.

Carraspea.

—¿Es tu novia?

—Algo así —responde el tatuador.

«Y máximo a eso puedes aspirar», piensa con satisfacción. «Nunca será nada más».

—Es bonita.

—Lo sé.

—Eres afortunado.

El tatuador sonríe, alegre, enamorado. El hombre le sonríe también porque lo entiende, ¿cómo no enamorarse de esa diosa?

Él y el tatuador tienen mucho en común, más de lo que se esperaría. Pero el tatuador no lo sabe aún.

Ni lo sabrá, porque una vez que se lleve a Sandy, no volverá a verlo jamás.

Y ese momento está cada vez más cerca.

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En el corazón de Sandy •TERMINADA•Where stories live. Discover now