VEINTISIETE: Atando cabos en medio del miedo

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CAPÍTULO 27
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Sandy

De todas las personas que podría imaginar que tocan a la puerta de mi apartamento, la que aparece tras abrir es la que menos deseo ver.

—Aaron —digo, aunque suena más a como si lo escupiera—. ¿Qué quieres?

La mirada de mi primo baja a sus propios pies y si no supiera que es una rata manipuladora, pensaría que está avergonzado.

—¿Puedo entrar?

—No. ¿Qué quieres?

Como si la negativa le hubiera recordado quién es realmente, Aaron blanquea los ojos.

—Vine a disculparme, ¿de acuerdo?

—Ajá, ¿quién te obligó a hacerlo?

Cruzo mis brazos sobre el pecho y enarco las cejas. Aaron pule un gesto indignado pero como no dejo de mirarlo, suspira.

—Mi papá. Pero de verdad lo siento, no debí soltar eso en la reunión familiar. Lo que hagas o no con tu vida no es mi problema.

La voz de mi mamá llega desde la cocina en crescendo mientras se acerca:

—¿Quién es...? —Ve a su sobrino y su gesto se agría—. Aaron.

—Hola, tía.

—Tú ya no eres bienvenido en mi casa, Aaron, te pido amablemente que te vayas.

—Tía, vine a pedirles disculpas...

—Hay cosas que las disculpas no resuelven. No entiendo tu necesidad de humillar a mi hija.

—Ellos empezaron.

—Pero mi hija no te hizo nada. De todas formas, si tu papá pregunta, dile que yo estoy orgullosa de Sandy y que ella no hace nada a nuestras espaldas, lo supimos todo el tiempo y la apoyamos. Su trabajo es honrado y no está molestando a nadie, nos enorgullece haberle enseñado valores que van más allá de lo que haga o no con su cuerpo.

Me conmueve escuchar a mi mamá, su voz tan firme y sincera. No es que yo no supiera todo lo que dice, pero esa sensación de que un ser amado te defiende frente a otros siempre calienta el corazón.

Aaron luce incómodo, esta vez de verdad y me alegra mucho que así sea. Mira a mi mamá, que cuando era niño lo cuidó tantas veces y fue su apoyo en tantas ocasiones. Puede que le valga una mierda lastimarme a mí, pero haber decepcionado a mi mamá sí le toca la fibra sensible.

—Lo siento mucho, tía.

—¿Cómo lo supiste? —pregunto de repente, la curiosidad aterrizando fuerte en mi cabeza.

Esta vez sus mejillas se calientan. La madre de Aaron es blanca como el papel, de modo que él tiene una piel morena muy clara, que deja en evidencia sus cambios de color.

—Un amigo compra tu contenido y un día me mostró una de tus fotos.

—Mi cara nunca está en mis fotos.

—Tienes... tienes una cicatriz en el tobillo que yo te hice cuando éramos niños, ¿recuerdas?

Mi rostro debe ser la imagen de la perplejidad. ¿Por una cicatriz del tamaño de un dedo y casi invisible supo que era yo?

Cuando teníamos unos diez u once años peleábamos mucho como todos los niños, un día me empujó contra una caneca plástica de ropa, pero estaba rota, uno de sus bordes filosos. Cuando trastabillé, mi pierna dio con ese borde, tuve una cortada desde el tobillo hacia arriba como de seis centímetros. Me pusieron puntos y quedó cicatriz, pero es tan insignificante que nunca se me ocurrió siquiera taparla en mis fotos. Según yo, nadie la reconocería.

En el corazón de Sandy •TERMINADA•Where stories live. Discover now