04 | Escribes, ¿verdad?

132K 14.9K 9.6K
                                    

04 | Escribes, ¿verdad? 

—Deberías dejar de leer y ponerte a desayunar, Eleonor.

En cuanto oí la voz de mamá, me apresuré a terminar el párrafo que había dejado a medias para llegar al final del capítulo, pero ella me cerró el libro antes de que me diese tiempo a hacerlo. Me volví a mirarla con el ceño fruncido. ¡Acababa de interrumpir la escena más emocionante de toda la novela!

Gemí con frustración. Mi cuerpo pedía a gritos que la ignorase y siguiese con mi lectura, pero algo me decía que desafiarla no era una buena idea, así que finalmente le hice caso. Empujé con dolor mi libro de tapas negras para apartarlo del lugar en donde debía ir mi plato y alargué la mano para coger una manzana del frutero, aunque no tenía mucho apetito.

—Corrección —habló Dylan de repente—: deberías dejar de leer mierdas y mover tu culo de la silla, he quedado con Megan y me niego a llegar tarde.

Megan era la novia de mi hermano. Era castaña, guapa, alta y amable; el prototipo de chica perfecta con la que todo el mundo querría salir. Por eso que tanto a Olivia como a mí nos sorprendió que, de entre todos sus pretendientes, ella eligiese a Dylan. Sinceramente, cualquiera hubiese pensado que Megan tenía las expectativas más altas. Mi hermano es un imbécil.

—¡Mamá, Devon ha dicho una palabrota! —chilló a Lizzie, levantando una de sus muñecas y golpeando con ella la cabeza de uno de los gemelos. 

—¡Ay! ¡Pero si ha sido Dylan, estúpida!

—Devon, no insultes a tu hermana —le advirtió mamá.

—Es verdad. —La vocal perfecta que habían formado los labios de Lizzie quedó oculta cuando la niña se llevó una mano a la boca, sorprendida—. Lo siento, Devon, había olvidado que tú no tienes novia.

Clavé la mirada en mi hermana pequeña y me aguanté las ganas de reír. Mamá solía decir que Lizzie era la oveja negra de la familia. En vez de ser rubia como todos los demás, la princesa de la casa había nacido con el pelo oscuro, tirando a negro. Su piel era blanquecina, rasgo que nos caracterizaba a todos mis hermanos y a mí, pero las aureolas de sus ojos habían adquirido un color miel intenso en sus primeros meses de vida.

Los ojos de Lizzie eran increíbles, casi tanto como ella.

—¡Mamá, Lizzie me está ridiculizando!

—Te ridiculizas tú solo, idiota —intervino Dylan—. Es triste que hayas intentado salir con todas las chicas del instituto y que sigas soltero.

—¡No es culpa mía! —se defendió Devon—. Todas quieren al novio perfecto y...

—Desde luego que no eres tú —lo interrumpió Lizzie, poniendo los ojos en blanco—. Mamá, ¿no habíamos quedado en que Devon, Dylan y Eleonor no podían tener pareja hasta los cincuenta y dos años?

—No te preocupes —comentó Dylan—, a Eleonor eso no le hace falta. Todos sabemos que no podría salir con nadie aunque quisiera. Está coladita por un tal Jayden y, según tengo entendido, él ni siquiera sabe de su existencia.

—¡Eso no es verdad! —exclamé, poniéndome en pie de un salto.

Devon y Dylan se echaron a reír al unísono. Enfurruñada, me hundí en la silla y me crucé de brazos. Imbéciles.

—Como me das un poco de pena, hermanita, voy a darte un consejo. —añadió uno de ellos—. Si ese chico no te hace caso, pasa de él y búscate a otro. ¡Hay muchos peces en el mar!

Sin poder evitarlo, rodé los ojos. Estaba a punto de decir algo, cuando noté cómo mamá llegaba a mi lado. En cuanto terminó de secarse las manos en el delantal, esbozó una sonrisa divertida y nos señaló la puerta con la cabeza.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now