17 | Que lo dejen en paz

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17 | Que lo dejen en paz

No conseguí asimilar del todo lo que había pasado hasta que llegó la hora de dormir y, con ella, el insomnio que estuvo atormentándome toda la noche. No podía dejar de pensar en Grace y su conspiración contra UAG. Tampoco en Jayden, mi primera desilusión amorosa, que seguramente había colaborado con la bruja de su novia para destruir mi asociación; ni en Lucas y Ágatha, que quizás hubiesen tenido algo que ver.

La verdadera cuestión era: ¿por qué? ¿Qué habíamos hecho yo y mi proyecto para merecernos esto? ¿Había realmente una razón que justificase todo lo malo que Grace y su terrorífico squad hacían?

¿Y por qué Nash se había convertido en el centro de sus burlas e insultos?

Esta última pregunta estuvo dando vueltas en mi cabeza hasta el amanecer, junto al nombre de su protagonista: Nash. Él fue la última persona en la que pensé antes de acostarme y la primera que se me vino a la mente cuando abrí los ojos el martes por la mañana. Si me concentraba, incluso podía recrear su rostro a la perfección en mi cabeza. Sus pómulos ligeramente sonrosados, sus ojos azules y la enorme cantidad de pecas que invadían sus mejillas y llamaban mi atención de una forma inexplicable.

Me dije que tenía que dejar de pensar en él cuando me monté en el asiento trasero del coche para ir al instituto. En cuanto Dylan pisó el acelerador, saqué mi diario de la mochila para apuntar el desarrollo de una nueva dinámica que se me había ocurrido. Pero no conseguí concentrarme.

No podía sacármelo de la cabeza. Su imagen parecía haberse quedado grabada en mi cerebro, como si se tratase de un tatuaje: Nash sonriendo, Nash abrazándome, Nash frunciendo el ceño e incluso arrugando la nariz. Nash apoyándome, aunque estuviese pasándolo peor que yo.

Había intentado no darle muchas vueltas al tema, pero no podía evitar que me surgieran dudas acerca de su nueva forma de actuar. Cuando lo conocí, era una de las personas más frías con las que había tenido la desdicha de cruzarme. No obstante, ahora no había un día en el que no me demostrase que estaba ahí para mí. Que me apoyaría sin dudarlo.

Cuandoquiera que lo necesitase.

Ante todo, contra todo. Siempre.

—Suerte con tu examen, hermanita.

Escuchar la voz de Devon me hizo volver a la realidad. Sobresaltada, me giré para mirar por la ventanilla y descubrí que ya habíamos llegado a los aparcamientos del instituto.

—Tráenos un buen suspenso a casa —añadió Dylan.

Ante sus palabras, rodé los ojos y bajé la mirada hacia mi cuaderno. No pude evitar carraspear al notar que, en lugar de redactar la dinámica, había estado caligrafiando la misma palabra repetidas veces. Con mayúsculas, en distintos tamaños y posiciones, había escrito un nombre. El suyo. El de Nash.

Cerré el cuaderno de golpe, intentando disimular mi nerviosismo. Luego, lo deslicé dentro de la mochila con rapidez, prometiéndome a mí misma que no lo abriría hasta que llegase a casa y dispusiese de tiempo a solas para arrancar esa hoja y quemarla al fuego de un mechero.

—Pero un suspenso de los buenos —insistió Devon—. Ya sabes, un cuatro no nos vale. Eso está casi rozando el aprobado, no es de profesionales.

—Un tres estaría bien, ¿no crees, hermanito?

—Lo creo. Un bonito tres en historia que enmarcaremos y recordaremos por los siglos de los siglos.

—Amén.

—Que os den —gruñí mientras salía del coche.

Como no coincidí con Scott u Olivia en el pasillo, tuve que caminar sola hasta mi primera clase del día: matemáticas. Me pasé toda la hora copiando las ecuaciones de la pizarra mientras estudiaba a escondidas. El temido examen final de historia había llegado. Tenía que aprenderme demasiadas cosas y solo me quedaba poco más de una hora para sabérmelo todo de memoria.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now