23 | Amor propio

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—¿Te importaría darte prisa? Voy a llegar tarde al instituto.

—Cállate.

La brusquedad con la que Devon me respondió consiguió descolocarme. Tragándome las ganas de contestarle de malas maneras, separé la cara del colchón para mirarlo. Estaba terminando de abotonarse una sofisticada camisa blanca, mientras daba vueltas frente al espejo para verse desde distintos ángulos, como había estado haciendo los últimos diez minutos.

Solté un suspiro y volví a dejar caer la cabeza contra la cama. Colgado en la pared, sobre la puerta, el reloj digital marcaba las 7:45. Quedaba un cuarto de hora para que empezasen las clases.

—¿Qué te parece esta? —preguntó Devon, girándose para mirar a su hermano, que estaba sentado en el brazo del sofá.

Dylan ni siquiera se dignó a levantar la vista del móvil antes de responder.

—Te queda bien —dijo.

El otro chico dudó.

—¿Seguro? ¿No me hace parecer muy gordo? A lo mejor esta tarde salgo con Olivia, tengo que estar presentable. —Apretó los labios mientras volvía a girar frente al espejo—. No, no me gusta. Este color no me favorece.

Me tapé la boca con la mano para ahogar una carcajada. Inevitablemente, una mueca de diversión apareció en el rostro de Dylan, que se levantó y cruzó la habitación de una zancada. En cuanto llegó al lado de su hermano gemelo, le dio unas suaves palmaditas en la espalda.

—Estás precioso, corazón —bromeó.

Fue automático. Nada más escuchar esas palabras, desistí de mis intentos por permanecer seria y me eché a reír.

Devon, por su parte, soltó un suspiro de fastidio antes de sacarse la camisa por la cabeza.

—Eres insoportable.

—¿Acaso no me quieres? —dramatizó Dylan, llevándose una mano al pecho—. Oh, creo que acabas de quebrantar mi alma.

—Dios mío, tuvo que tocarme un hermano gemelo con pocas neuronas.

Como sabía que estaban a punto de enzarzarse en una de sus estúpidas discusiones, abrí la boca para imponer orden. Sin embargo, Devon me acalló con un gesto antes de que me diese tiempo a pronunciar una palabra; ganándose toda mi atención, se sacó las llaves del coche del bolsillo trasero de los vaqueros y me las lanzó.

Dylan fue mucho más rápido que yo y las atrapó al vuelo. Después, me hizo un gesto para que me pusiese de pie.

—Vamos, mejor te llevo yo.

Sintiéndome extremadamente agradecida por que por fin hubiesen accedido a mi petición, me levanté de un salto y, tras dejar un beso en la mejilla de Devon y echarme la mochila al hombro, salí de la habitación junto a Dylan.

Una vez que la puerta se cerró a nuestras espaldas, mi hermano soltó una risotada y me pasó un brazo por los hombros.

—Acaba de dejarme en la brotherzone —me susurró—, ¿te lo puedes creer?

Me fue imposible no echarme a reír.

Tardamos poco más de dos minutos en salir al exterior de la casa y montarnos en el coche. Tras poner el motor en marcha, Dylan se volvió para sonreírme con picardía y puso al máximo el volumen de la música. Seguramente esperaba que me riera, pero no lo hice. En su lugar, me limité a apoyar la cabeza contra la ventanilla, cerrar los ojos y suspirar con molestia.

Como cualquier adolescente a principios de semana, estaba muerta de sueño.

—Te lo dije. —Volví a gemir con fastidio al escuchar su tono de voz recriminatorio—. No deberías haberte quedado despierta hasta tan tarde. Tienes que dormir más.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now