25 | Serás una fracasada

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25 | Serás una fracasada

El panorama que me encontré al llegar a casa no fue mucho mejor que aquel con el que Nash me echó de la suya.

Y digo echar aunque no sea en sentido literal, ya que, a pesar de que insistió en acompañarme hasta la puerta y me dio un beso en la mejilla antes de dejarme ir, se podía vislumbrar a kilómetros que quería que me marchase.

Después de que le leyese el mensaje que Julie le había enviado en voz alta, las cosas entre nosotros se volvieron todavía más incómodas. Sus ganas de pasar tiempo conmigo se convirtieron en un repentino deseo de soledad, y me preguntó dulcemente si había hecho planes para el resto de la tarde.

Nash necesitaba tiempo para pensar, por eso, decidí que era hora de irme. Sabía que después de lo ocurrido no íbamos a poder seguir como antes y que insistiendo solo iba a conseguir agobiarlo, así que emprendí el camino hacia a mi hogar e intenté pensar en cualquier cosa que no fuesen el color de sus ojos o las cuatro letras que componían su nombre.

Los gritos no empezaron a oírse hasta que pasaron treinta minutos, justo cuando estaba terminando de subir las escaleras del porche de mi dúplex. La voz de Dylan, que era mucho más grave y potente, destacaba entre la de mamá y la de Lizzie. El estruendo era tal, que supe al momento que estaban discutiendo.

Pocas veces había peleas en mi casa. Mi madre siempre solía poner orden cuando veía que las cosas se pasaban de la raya, pero bastaba con agotar su paciencia para que todo se desmoronase y empezasen a volar cabezas. Por suerte, Devon tendía a quedarse al margen; él era el encargado de tranquilizarnos a todos para que no acabásemos matándonos mutuamente.

A día de hoy, todavía recordaba aquella ocasión en la que se le ocurrió amarrar una sábana al palo de una fregona para hacernos reír. Su penoso intento de «bandera blanca» nos sorprendió mucho a todos, pero acabó cumpliendo su objetivo y el asunto se zanjó.

De pronto, el eco de un portazo resonó por toda la calle. Sorprendida, volví a bajar las escaleras y llevé la vista a lo alto del porche.

— ¿Dylan?

Al escucharme, mi hermano se dio la vuelta y tragó saliva. La impresión pudo conmigo al principio, porque no puse pasar por alto que tenía el labio desgarrado de tanto mordérselo y los ojos llorosos. Además, se había puesto una camiseta arrugada, como si se hubiese vestido a toda prisa. Nunca antes lo había visto así.

Bajó los escalones del porche y cruzó el patio delantero a toda prisa. Yo seguí sus pasos con la mirada, atónita. No entendía a qué se debía su comportamiento. ¿Había peleado con Megan? ¿O tal vez había tenido una discusión con Devon o mamá? Fuese cual fuese el caso, ¿qué tan fuerte debía haber sido, para que tuviese tantas ganas de marchase?

El tintineo de unas llaves llegó a mis oídos, y al momento supe lo que ocurría. Estaba intentando escaquearse. Rápidamente, recorrí la distancia que me separaba de mi hermano para ponerle una mano en el hombro.

—Dylan, ¿qué ocurre? Estás asustándome.

Continuó con su tarea, haciendo caso omiso a mis palabras. A sabiendas de que su objetivo era marcharse sin responder a mis preguntas, maniobré para rodearlo y le quité el manojo de llaves de las manos.

Inmediatamente, sus ojos se clavaron en mi rostro. Su mirada llena de desdén consiguió intimidarme.

—Devuélvemelas.

—Solo si me dices qué te pasa.

—Lárgate, Eleonor —gruñó—. No deberías estar aquí.

Enarqué las cejas.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now