05 | El río de mi vida

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05 | El río de mi vida


—¡Pero será capullo!

Haciéndome dar un respingo, mi mejor amiga aporreó con fuerza la puerta de la clase de la que acabábamos de salir —que, de no ser porque Scott tuvo buenos reflejos y tiró de mí para apartarme, me habría dado de lleno en la cara— y resopló bruscamente antes de darse la vuelta, sin pronunciar ni una palabra más. Aunque las tres que había dicho nos bastaban; ya nos había dado a entender que estaba verdaderamente enfadada y que iba a ir a por él para arrancarle de cuajo la cabeza y utilizarla como pelota de pin pon.

Y con ese «él» me refería a Nash, al detestable e irresponsable chico que había vuelto a faltar a una sesión después de prometerme que no lo haría; a la persona que me había hecho esperar cuarenta minutos en el mismo parque de siempre, mientras llovía y hacía frío, y que nunca había llegado.

Esa era la razón por la que Olivia se comportaba de esa manera. Seguramente Nash se merecía que alguien como ella le diese una lección, pero no podía permitir que eso pasase.

—Olivia, tranquilízate, ¿vale? Alguna razón tendrá. —Hice el intento de agarrar su brazo para detenerla, aunque no dejó de andar hasta que Scott le bloqueó el paso con su cuerpo de adolescente regordete. Suspiré cuando se dio la vuelta para mirarme. Ni siquiera sabía por qué me esforzaba tanto en defender a Nash, después de lo mal que se había portado conmigo—. No tienes por qué ponerte así.

Alguini rizín tindri, ni tiinis pir quí pinirti isí —me remedó, sacando a la luz su lado más infantil—. ¡Chorradas! ¡Escúchame bien, Eleonor: ya basta! ¡Puedo tolerar que falte a una sesión, e incluso que falte a ocho! ¡A ocho, pero no a nueve! ¡Así que voy a dejarle las cosas claras a ese tipo y nadie podrá...!

Su voz se fue apagando poco a poco, a medida que abría los ojos con sorpresa, con la mirada clavada en algún punto del pasillo. Tardé poco en darme cuenta del motivo: a menos de cinco metros de nosotras, frente a la puerta de la cafetería, Nash Anderson daba vueltas por el corredor, en busca del origen de los gritos.

Contuve la respiración cuando el castaño miró en nuestra dirección. Fueron apenas unos segundos, que bastaron para que su mirada conectase con la mía, antes de que entrase a toda prisa en la cafetería. Prácticamente salió huyendo de allí.

—No puedo creerlo...

Al ver que su víctima se escapaba, mi mejor amiga me clavó las uñas en el brazo para librase de mi agarre. Después rodeó a Scott y echó a correr de nuevo, siguiendo los pasos de Nash. Como no podía ser de otra manera, nosotros fuimos detrás de ella.

Nos adentramos en la cafetería. Olía a puré rancio, zumo de naranjas y humanidad. Cuando distinguí el delgado cuerpo de Olivia entre todos los de la multitud, avancé a zancadas hacia ella y la abracé por la espalda, intentando contenerla.

—¡Eleonor! —exclamó—. ¡Suéltame!

Me ahorré el negar con la cabeza, a sabiendas de que no podía verme. Mis manos se entrelazaron con fuerza en la parte delantera de su cintura y empecé a retroceder. Teníamos que salir del comedor lo antes posible. Todo fue bien durante unos segundos, hasta que mi mejor amiga volvió a sufrir uno de sus impulsos causados por la ira y echó la cabeza hacia atrás para golpearme en la nariz. Por suerte, no lo consiguió, pero eso fue lo que acabó con mi paciencia.

—¡Está bien! —exclamé, harta de la situación—. ¡Yo iré a hablar con él!

Olivia dejó de patalear como una loca y dar vueltas por la cafetería cual león buscando a su presa para mirarme.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now