10 | Un consejo infalible

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10 | Un consejo infalible

Cuando dieron las siete y media, después de haber estado estudiando biología casi toda la tarde, convencí a Devon de que me dejara en el café Daiana antes de volver a la universidad.

Para mi sorpresa, él accedió sin rechistar, lo que me hizo pensar que quizá tan solo lo hacía para ver a Olivia. Desgraciadamente, pude confirmar mi teoría cuando vi cómo mi mejor amiga le saludaba con la mano a través de la ventana del local, batiendo las pestañas de forma exagerada, mientras jugueteaba con un mechón de su pelo teñido de blanco.

Horrorizada interiormente, cerré la puerta del copiloto de golpe y le grité a mi hermano la hora a la que tendría que venir a recogerme. Olivia y yo íbamos a estar charlando toda la tarde, así que no quería que su pálido careto apareciese por aquí antes de las nueve. Él asintió con una sonrisa antes de pisar el acelerador.

Sintiendo verdaderas ganas de vomitar, no quise tomarme la molestia de esperar a que el coche desapareciese al final de la calle; me adentré directamente en el edificio.

El olor a café que me invadió nada más abrir la puerta fue un punto a mi favor. Consiguió despejar mi mente y que la sensación de nauseas en mi estómago disminuyera, aunque no fui capaz de dejar de sentir asco al imaginarme a Olivia y mi hermano saliendo juntos. Es decir, ellos siempre habían sido buenos amigos y yo nunca había puesto pegas a que se llevasen bien. Incluso toleraba que mi mejor amiga le tirase los tejos porque sabía que Devon jamás, y cuando decía jamás era jamás, iba a seguirle el rollo. Pero el comportamiento de hoy había sido excesivo.

Mientras me sentaba en una de las sillas oscuras de la mesa para dos que Olivia había elegido, tomé una decisión: a partir de ahora, iría andando a todas mis quedadas.

—¿A qué viene esa cara?

La miré con los ojos entornados.

—¿Estabas coqueteando con mi hermano?

—¿Qué? ¡No!

—¡Y encima a distancia! —exclamé en un susurro—. Vamos, admítelo: estabas coqueteando con él. ¡Qué asco!

—Solo por casualidad...—vaciló—, ¿era Devon o Dylan?

Me aguanté las ganas de rodar los ojos. Sabía perfectamente por qué lo preguntaba. Mientras que Devon llevaba toda la vida buscando a alguien que consiguiese aguantarle, Dylan ya no estaba disponible. Hacía más de un año que había empezado a salir con su Megan, su novia.

—Devon —contesté.

—Genial.

—No, no es genial. ¡Es mi hermano!

—Pero está soltero —observó con voz cauta— y además es bastante guapo.

—Menuda estupidez.

—¿Perdona?

—¡Es Devon! ¿Cómo puede parecerte guapo? Es feo y... amorfo.

Mi indigné ante sus palabras.

—¡Deja de defenderlo!

Nuestra conversación se vio interrumpida cuando la camarera, una mujer delgada que me sacaba más de media cabeza, llegó a nuestra mesa. En las manos sostenía una pequeña libretita en donde apuntaba las comandas, y tenía dos bolígrafos. Uno de ellos estaba sobre su oreja. El otro fue el que utilizó para escribir nuestra orden.

Olivia pidió un café y yo un chocolate caliente, que la mesera trajo cinco minutos más tarde. Entonces, mi mejor amiga decidió retomar la conversación:

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now