Capítulo 4

52 9 6
                                    

A la mañana siguiente, Maia se dirigió a la terraza de una pequeña cafetería del centro de Bilbao. Estaba nerviosa, tanto que le era imposible mantenerse quieta, respirar hondo y tomarse el batido de fresas que se había pedido. Tenía la tripa revuelta. A través de las gafas de sol, Maia miraba hacía todos los lados, cada vez más desesperada.

Eran las once y un minuto. Max Moore llegaba tarde.

Se secó el sudor de las palmas de las manos y se atrevió a darle un largo trago a la bebida. El vaso alargado tambaleó en su corto viaje y los hielos chocaron contra los finos labios de Maia. El movimiento, agresivo e inesperado, hizo que Maia tuviera que toser varias veces. Se había medio atragantado con el batido y su propia saliva.

En cuanto dejó el vaso sobre la mesa, la joven distinguió una figura esbelta, enfudandada en unos vaqueros oscuros y una americana, acercándose a la terraza. Se deslizó las gafas por la nariz y solo entonces pudo confirmarlo: aquello estaba ocurriendo de verdad. Se iba a encontrar con Max Moore.

De momento, todo iba bien.

El hombre que, aunque llegase con varios minutos de retraso, caminaba con lentitud, casi como si la espera valiera la pena. El agente ocultaba una de las manos en el bolsillo del vaquero, con la otra sujetaba una carpeta de cartón que se balanceaba hacía delante y atrás en cada paso. Max saludó a Maia con un breve saludo y una sonrisa amistosa; después, se disculpó por la tardanza.

―Tenía que atender una llamada ―se excusó.

Maia dibujó una mueca en el rostro.

Una camarera enseguida se acerco a la mesa para tomar nota del pedido de Max, quien solo pidió un café con hielo. Luego, dejó la carpeta en el centro de la mesa y se quitó la americana para estar más cómodo. Para él, aquella era una situación delicada, pese a alegrarse muchísimo de que Maia le contactara. Pasó la mano por un cabello que una vez fue rubio y carraspeó.

―Lo primero, quiero que sepas que me alegra que me llamaras. Sinceramente, pensaba que no lo harías. Aun así, Jess no está muy contenta ―agrega refiriéndose a su compañera―. También quiero recalcar que no has hecho nada malo. Si te lo dimos a entender, te pido disculpas por parte de los dos. Jess puede ser muy dura, pero tenemos mucha presión y responsabilidad sobre nuestros hombros.

Por la forma en la que Max Moore pronunciaba el nombre de su compañera, Maia sospechó que había algo más que una relación profesional entre ellos. Notó algo de cariño, añoranza y una mezcla entre orgullo ajeno y respeto en la mirada de este. Sus ojos azules parecían intensificarse cada vez que hacía alguna refencia directa o indirecta a la agente Fisher.

—Fue demasiado directa ―dijo aun así Maia.

Max evitó responder al comentario de Maia. No necesitaba volver a meterse en una discusión sobre cómo debieron o no presentarse a la joven. Ya había tenido suficiente y, además, la reunión de esta mañana tenía un propósito totalmente distinto.

En cuanto la camarera se acercó a la mesa con el pedido, Max le dio las gracias y busco varias monedas en su cartera.

—¿Qué es eso? —Maia señaló con la mirada la carpeta amarilla, que estaba abarrotada de papeles que, gracias al viento, peleaban por salir de su prisión.

El agente la trajo hacia sí para después abrirla. También se atrevió a preguntarle a Maia si había escuchado algo sobre el 13F. Esta negó en silencio, olvidándose de sus últimas preguntas. Max había conseguido la atención de la joven.

—El trece de febrero de dos mil trece un tren de alta velocidad se descarriló antes de llegar a la estación de Lyon, Francia. Hubo ochenta muertos y más de cien heridos.

El otro ladoWhere stories live. Discover now