Capítulo 9

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Habían pasado horas desde que Maia se quedó sola. Aunque la celda era claustrofóbica y totalmente de cristal, pudo acomodarse en ella.

De pronto escuchó un taconeo lejano que, poco a poco, se hizo más y más fuerte. Dirigió la mirada hacia el repiqueteo y en el inicio del pasillo vio una delgada y pequeña figura de una mujer. La doctora Merch transportaba una bandeja metálica entre sus manos. Abrió la celda con la llave que guardaba en el bolsillo de la bata. Lo hizo sin titubear y del mismo modo, entró en la celda, se quitó los tacones, los apartó con la pierna y se sentó frente a Maia.

—Ensalada cesar. Que aproveche —exclamó.

Antes de que alguien pudiera contar hasta tres, Maia empezó a zambullir la cena. Hasta entonces no se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Con grandes tragos de agua, empujó los últimos trozos de pollo que quedaban en el plato. Dio su cena por terminada cuando ya no había nada más que rebañar con pan.

—Estaba rica ―comentó.

Sin embargo, la cena no consiguió desviarle de su camino. Maia dejó la bandeja a un lado y se apoyó en la pared, ahora sintiendo una leve brisa fresca que entraba desde fuera de la celda.

—¿Quién es Sin Rostro? —preguntó, una vez más, ahora a la espera de una respuesta.

Diana Merch dudó durante unos instantes. Pero al final decidió contestar.

—Es alguien bastante poderoso. Aún no sabemos cuál es su verdadera identidad.

—Robó mi vial —añadió Maia y, como no obtuvo respuesta, añadió―: ¿Qué más sabes sobre él? ¿Por qué lo robó? ¿Por qué es poderoso?

—Solo sabemos que lleva semanas capturando a los mejores científicos de la ciudad y sus alrededores y que, después de unos días, aparecen muertos en contenedores, a orillas del río o en cualquier esquina de la ciudad. Hemos intentado detenerle en varias ocasiones, pero es cauteloso e inteligente, más que Nate.

—Así que no sabéis dónde está ahora.

Diana negó con la cabeza.

—Os ayudaré a encontrarlo —afirmó Maia tras un breve silencio—. Haréis vuestro trabajo como justicieros, o lo que sea que hagáis, y yo recuperaré el vial. Después, cada uno se irá por su camino, ¿trato hecho?

La doctora examinó a la chica durante unos instantes. Después, procedió a colocarse los tacones y a levantarse. Se alisó la bata blanca con las manos. Se tornó hacia Maia y, tras otra mirada, le preguntó:

—¿Por qué necesitas ese vial con tanta urgencia, Maia?

Pudo haber contestado con una medio-mentira. Podría haber dicho que como todas las demás drogas, el efecto de Sinaxil no duraría más de una semana y que, cuando esta desapareciera de su cuerpo, empezaría a sufrir sus consecuencias. Lo cierto era que ya habían pasado varios días y que el dolor de cabeza ya había iniciado.

Asimismo, podría haber respondido con un «no quiero deshacerme de mi poder de controlar la electricidad» con un tono algo irónico. No obstante, tras quedarse pensativa durante unos instantes, sin apenas pestañear y con la respiración lenta y suave, una verdad aterradora salió de su boca sin previo aviso.

—Quiero volver a casa.

Así era.

La doctora Merch asintió y, sin añadir nada más, caminó de vuelta a donde fuera que llevara el largo pasillo. Tras ella, dejó la puerta de la celda abierta.

«Trato hecho». 

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