Capítulo 1

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Max nunca olvidaría el día en el que fue reclutado para el Servicio de Inteligencia Mundial.

Era el cuadragésimo tercer cumpleaños de su hermano, ese con quien llevaba más de diez años sin hablar. Aquel día, Max le tomó la delantera al despertador. Lo cierto es que llevaba horas observando un techo que de negro pasó a pintarse del amanecer. En sus pensamientos, se sentía dispuesto a acabar con el silencio que alzo entre su hermano y él.

Quería perdonarle.

Quería creer que después de tantos años sin saber nada de Malcom habría sido capaz de olvidar sus trapos sucios. Sin embargo, cuando se levantó de la cama, desayunó, se abrochó el cinturón con placa y pistola en la cintura y terminó de vestirse, forzó una sonrisa ante el espejo.

Aún no le había perdonado.

Con tan solo veinte años, Max Moore se despidió de sus padres y de su hermano, guardó todo lo que pudo de su habitación en una maleta y cogió un vuelo a Hawái. Necesitaba un tiempo a solas: sin presiones ni sombras que emborronasen sus ideas y opinión. Tras pasar unas semanas en un albergue de poca monta y gastar un tercio de sus ahorros, supo lo que tenía que hacer.

Ya no sería un solo espectador de las frías investigaciones de su hermano.

Max se hizo con un callejero de Honolulu y buscó la comisaría más cercana. Se apuntó a las pruebas de acceso del cuerpo policial y hasta que las hizo se volcó por completo en entrenar tanto física como mentalmente. El muchacho aprobó sin problemas y, tras pasar por un examen exhaustivo y una entrevista en la que trató de ocultar el largo expediente de su hermano, ingresó en la Academia de Policía.

El ansia de convertir el mundo en un lugar más seguro le llevó a entrar en el periodo de prueba del cuerpo, en el que pudo desarrollar sus habilidades y aprender otras tantas. Poco después, ascendió a oficial de policía; de allí, a agente especial. Todo en tiempo récord. Para él, todo (asesinatos, allanamientos, robos, secuestros, fraudes, corrupción) era un rompecabezas a contrarreloj que resolver. Sin embargo, la observación, la memoría, la discreción, la perseverancia, la curiosidad, pero, sobre todo, su lucha interna fueron los que colocaron a Max en uno de los puntos de mira del Servicio de Inteligencia Mundial.

Fue Jessica Fisher quien lo reclutó. La mujer, ex miembro de la Oficina Federal de Investigación Criminal de Alemania (también conocida como la BKA), fue una de las primeras agentes de la SIM, aunque no una de las fundadoras de la organización. En cuanto escuchó el nombre de Max Moore y examinó su brillante carrera, no dudó en recomendárselo a su superior, Arthur Jones.

En menos de cinco días, Max recibió un mensaje: tenía visita. Al no saber de qué se trataba con exactitud, se tomó su tiempo para regresar a la comisaria. Cuando el sol comenzó a ponerse tras las olas decidió que ya era hora de darse un descanso.

Max se sorprendió al encontrarse con una mujer alta y de rasgos nórdicos frente a su mesa. Las personas que solían visitarle lo hacían nerviosas y en busca de ayuda. Primero, dudó en si acercarse. Quizá debía regresar a la investigación de su caso actual; el homicidio con arma blanca de la semana pasada le estaba llevando más tiempo de la cuenta. Sin embargo, antes de tomar una decisión, la mujer se le acercó. Sin titubear, le mostró la placa del SIM, señal suficiente para buscar algo de privacidad.

Max no era de los que tomaban decisiones precipitadas. Así que tras la reunión, se despidió de Jessica Fisher. No obstante, ella se negó. Pero no solo eso, sino que recurrió a su última baza: Malcom Moore. En cuanto mencionó que llevaban más de ocho meses trabajando juntos, Max escuchó, curioso.

Por un momento, creyó que su hermano había cambiado; que, esta vez, su relación con él sería diferente. Dejandose llevar por el amor de hermano que aún sentía, aceptó la oferta de Fisher de unirse al SIM.

Meses después, comprendió que la Operación Reizen, para la que le habían reclutado, ya no necesitaba de más observación, análisis y control. Había llegado la hora de pasar a la acción.

Tenían que encontrar a Maia Marlow.

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