Capítulo 12

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Las pruebas siguieron. El enemigo no daba tregua. Sin embargo, lo peor era que la esperanza se fue perdiendo días tras días; fallo tras fallo. Ya no había modo de que Maia pudiera volver al Multiverso, menos de que llevara a alguien consigo.

Jon fue el único que se alegró de escuchar esa noticia. Aunque su actitud molestó a algunos, las sonrisas pícaras, las bromas y los juegos comenzaron a ser habituales en él. Día tras día, fue recuperando esa viveza, ese carácter infantil que tanto le había enamorado a Maia. Jon estaba seguro de que pronto podrían regresar a casa, dejando atrás esa Operación Reizen que tanto peligro había supuesto para Maia. Pero, para su sorpresa, ella seguía dispuesta a seguir con la misión.

Maia se implicó aún más con la misión y aprovechó los conocimientos del doctor Moore para conocer mejor el Multiverso, sin bien este seguía sin agradarle. Con el paso del tiempo se había dado cuenta de que no le odiaba, sino que sentía una extraña mezcla entre lástima y repulsión. No comprendía cómo alguien había sido capaz de experimentar en niños, de separarlos de sus padres, de guardar secretos y, más aún, retomar todo aquello años más tarde, aunque fuera por el bien de la sociedad. Por eso, cada vez que le inyectaban una dosis de Sinaxil y se sumergía en el tanque de agua salada, se repetía que estaba allí por ella.

«Hago esto por mí y por nadie más».

Después de tantas dosis de la droga, el cuerpo de Maia empezó a acostumbrarse a ella. Las migrañas y los vómitos habían cesado, el apetito había vuelto en todo su esplendor y, para su sorpresa, se sentía más enérgica que nunca. Por tanto, cuando se enfundó en el neopreno, ni siquiera se miró en el espejo. Ya no necesitaba ánimos. Estaba preparada, se sentía fuerte y capaz de seguir adelante. Al menos, es lo que se decía a sí misma. Estaba convencida de ello.

Además, aquel día su madre fue a visitarla a las instalaciones del SIM. Le alegraba que se hubiera puesto en contacto después de tantos días de silencio. Pero antes de reunirse con ella (tenía tantas cosas de las que hablar), se reunió con el doctor Moore: no podía saltarse su dosis diaria.

Lo encontró en la sala de pruebas junto a Max. Con pasos ligeros y alegres, la joven se sentó en el mismo taburete de todos los días, lista para apartarse el cabello a un lado y recibir aquello a lo que su cuerpo se había acostumbrado.

Sin embargo, cuando quiso saludar al agente, este se dio media vuelta, algo que extrañó a Maia.

―¿Es que hoy te has despertado con el pie izquierdo? ―se animó a preguntarle, y no recibió respuesta.

No tardó en comprender que ocurría algo. Intentó conectar con la mirada de Max, como había hecho hasta ahora, siempre que estaba en apuros o necesitaba ayuda. Pero este se alejó hacia el tanque de agua salada.

―Vamos allá, ratoncito.

―¿Y Jessica? ―quiso saber Maia, en cambio, pues la agente siempre estaba presente. Era el protocolo de seguridad por si la joven volvía a viajar al Multiverso por sorpresa.

―Está ocupada. ―La respuesta de Max llegó con vaguedad.

Mientras, el doctor Moore acercó una mesa móvil al taburete, junto a una maleta que contenía varios viales de Sinaxil. Agarró una jeringuilla y la llenó con sumo cuidado.

―Hoy procederemos de diferente manera. Los agentes han capturado a uno de los esbirros del enemigo. Lo están interrogando en estos instantes. El tiempo se nos acaba, ratoncito.

―¿Y me lo decís ahora? ―Aunque fue el doctor quien le informó a Maia de aquello, ella no apartó la mirada de Max. Se suponía que él era el poli bueno.

El otro ladoWhere stories live. Discover now