Capítulo 12

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La sala de operaciones de la guarida estaba hecha un desastre y, si no fuera por las ventanas de los laterales, en completa oscuridad. Las baldosas del suelo parecían estar hechas de cristal y de papel. Del techo pendían trozos de cables chispeantes, amenazantes sobre las cabezas de los miembros del equipo. Jacob Stevenson, colérico, recuperaba hojas garabateadas del suelo con prisa: no podía perder el trabajo de meses. David estaba en el suelo, casi tumbado y con la mano sobre una frente manchada de sangre. Nate se preguntó si fue Maia la autora de esa fea brecha. «Claro que ha sido ella», se dijo después. Se arrodilló frente a su amigo y le preguntó si se encontraba bien.

—Me ha roto el ordenador —respondió, en cambio, David, más preocupado por su aparato electrónico que por su estado.

Nate no pudo evitar reír. Le dio una breve palmada en el hombro y preguntó, en alto, qué había ocurrido.

—Investigábamos sobre el paradero del Sin Rostro —comenzó a contestar Diana, arrodillada frente a Maia mientras le tomaba el pulso—. Maia estaba de los nervios y admito que yo sí que me di cuenta de que no tenía buen aspecto.

—¿Acaso me estás reprochando algo? —interrumpió David, entrecerrando los ojos.

—Sí, lo hago. Estaba más pálida que nunca y le temblaban las manos. Parecía estresada o que le estaba dando un ataque de ansiedad. Sea lo que fuere, las luces han empezado a parpadear y los dispositivos electrónicos a emitir ruidos agudos. Después, se han roto los cristales, las pantallas... Sabíamos que era Maia. David ha intentado tranquilizarla pero... pero...

—Me ha lanzado por los aires. ¡Es como si fuera Carrie White! Pero sin una madre loca religiosa y sangre de cerdo... —David susurró esto último.

Nate volvió la mirada a la médica, quien leyó la mirada preocupada de su amigo.

—Le he dado un sedante. Estará bien.

Nathaniel negó con la cabeza, asustado. «La falta de Sinaxil me está matando», le había confesado Maia.

—No, no lo estará.

La doctora le miró confusa, incluso Jacob paró de recoger los papeles del suelo para escuchar lo que Nate tenía que decir.

—¿A qué te refieres? —le preguntaron.

—Ayer hablé con ella —explicó sin quitar ojo de la chica—. Cuando era pequeña sus padres la metieron en unos experimentos a cambio de dinero. Un científico la trató con una droga llamada Sinaxil, que es lo que contiene el vial que trajo con ella y que Sin Rostro robó. Esa droga hace que Maia tenga algunas habilidades especiales, entre ellas la de viajar por el multiverso. —Nate permaneció en silencio, a la espera de la reacción de los demás.

—¿Multiverso? —Repitió el empresario, sosteniendo la pila de hojas contra su pecho— ¿Te refieres a...?

—Realidades alternativas —interrumpió David, emocionado.

—Al principio no le creí —agregó Nate—. Pero cuando me dijo que estaba aquí para completar una misión y todo lo demás...

—¿Qué misión, Nate?

—Capturar al individuo que les ha estado atacando.

—Sin Rostro —agregó Diana.

—Es posible que sea él, pero ¿por qué? —quiso saber Nate, no obstante, nadie fue capaz de dar una respuesta. Por tanto, añadió—: Maia tenía que traer consigo a una agente. Pero acordaron que ya no había tiempo que perder, así que decidieron enviarla a esta realidad sin su consentimiento.

—¿Es eso posible...?

—Con más dosis. —Nate volvió a mirar a Maia— Parece ser que esta desaparece del cuerpo como cualquier otra sustancia. Ahora sus poderes se están descontrolando y la está debilitando tanto que...

—Necesita el vial para volver a casa —concluyó Diana, recordando la conversación que tuvo con Maia cuando esta aún estaba encerrada en una celda.

La doctora se levantó y buscó entre los restos de cristales, cables y hojas su cuaderno de anotaciones. Cuando lo encontró, pasó las páginas sin cuidado alguno, deteniéndose en los resultados del examen médico de Maia y del Sinaxil.

—Nada —negó—, no hay nada relevante. Nada que nos pueda ayudar. Si conociera algo, algún detalle sobre el compuesto de la droga, podría crearla. Jacob...

—Sé lo mismo que tú, Merch. Podría preguntar a los peces gordos de la ciudad, pero ya sabes cómo son. Dinero, dinero y más dinero.

—¿No es eso lo que tienes tú, dinero, dinero y dinero?

Nate ignoró por completo el comentario de David, que ya se había recuperado del golpe.

El chico, aún oculto tras la máscara que le convertía en el Justiciero, echó una última mirada a Maia. Inconsciente, parecía una adolescente que aprovechaba el fin de semana para dormir. Descansaba plácidamente, tanto que parecía no haber sufrido una crisis minutos atrás. Nate se dio cuenta de lo diferente que se veía, pues ya no había rastro de agotamiento ni de estrés. Ni de terror. Era como si pudiera leer a Maia sin esforzarse. Como si de verdad fuera ese tal Jon González.

Y entonces lo sintió. De repente: ira. Se enfadó con Jon, con ese alter ego que no conocía. Nate no entendía cómo ese chico permitió que Maia aceptara una misión tan peligrosa y terrible. Ahora Nate no podía hacer nada para proteger a Maia. Nunca fue capaz de atrapar a Sin Rostro. No era tan bueno como su padre. Si su equipo no tenía ni la menor idea de cómo reproducir la droga, él mucho menos. Si al menos tuviera una gotita de Sinaxil...

«Me está matando».

Esas palabras retumbaron en la cabeza de Nate. Ese mismo día conto trece cuerpos y a esos trece cuerpos añadió otros tanto de la realidad alternativa de Maia. El número de víctimas que se imaginó le aterrorizó tanto que se negó a sumar un cuerpo más. Nate prometió hacer todo lo posible para ayudar a Maia.

Para salvar vidas inocentes.

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