Capítulo 17

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Cuando las farolas y las luces de las casas se encendieron dándole la bienvenida a la noche, Diana, con el cabello atado en un moño medio deshecho, perseguida de un Jacob exhausto y de rostro serio, entró en la sala. Nate, nada más verlos, se levantó.

—¿Lo tenéis? —preguntó.

—Creemos que sí.

—Es un prototipo —corrigió Jacob—. El Sinaxil está compuesto de una manera muy compleja. No hemos podido hacer más.

Nate ignoró las palabras de Jacob y tan pronto como este terminó de hablar se dirigió a la doctora Merch.

—Funcionará, ¿verdad?

—No lo sé, Nate. —Ella ladeó la cabeza, en busca de las palabras correctas—. Puede que lo empeore todo, aún no conocemos muy bien cómo funciona.

—Dámelo —interrumpió Nate—. Yo se lo administraré.

—Esa no es una buena idea, Smith.

—Pero a ti eso no te importa, ¿no es así?

—Nate, es peligroso —volvió a advertirle Diana.

—Yo asumiré toda la responsabilidad. Lo haré yo. Quiero hacerlo.

Antes de que alguien pudiera poner una objeción más, Nate se hizo con la pequeña inyección que sujetaba la doctora Merch. Aprovechó la sorpresa de ambos para inyectárselo a Maia en el antebrazo. Para cuando sus compañeros quisieron detenerle, ya era demasiado tarde. Ahora solo faltaba esperar.

Así que esperaron, unos más ansiosos que otros. Diana, incapaz de soportar la tensión de la atmósfera, decidió volver a la clínica a pie. Necesitaba un descanso, caminar por la ciudad y colocar su mirada en el horizonte, observar a la gente y a los vehículos, a la luna y a las estrellas. Miraba en busca de esperanza. ¿Qué sería de ella si su prototipo mataba a Maia? Caminó más de prisa.

Jacob Stevenson, en cambio, se encerró en el despacho de su empresa. Se sorprendió a sí mismo cuando vio que sus manos, temblorosas, eran incapaces de sujetar un lápiz. Por primera vez desde la inauguración de su empresa, estaba preocupado y emocionado a la vez. Que Smith se hubiera atrevido a inyectarle el prototipo a Maia podía marcar un antes y después en su carrera profesional. Vio su nombre grabado en todas las portadas de los periódicos locales e internacionales. Sus ingresos aumentarían. Sería el hombre más poderoso del mundo.

«EL EMPRESARIO Y CIENTÍFICO JACOB STEVENSON CREA UNA DROGA QUE PROMETE CAMBIAR EL MUNDO»

Lo que Jacob no sabía era que esa droga solo prometía cambiar el mundo si se administraba en el momento justo.

Una vez más, Nate se quedó a solas con David en la sala. Ahora, en cambio, Nate caminaba arriba y abajo a la espera de algún resultado. David lo observaba desde el escritorio, intranquilo, mientras se zampaba un bocadillo de bacon. Nate no se tomó ni un solo instante para preguntarse cómo narices podía su compañero comer en una situación semejante.

Cuando se hubo cansado de caminar, pero no de esperar, volvió a tomar asiento junto a la cama. Sin importarle lo que David pudiera pensar, sujetó la mano de Maia entre las suyas. Sintió el frío que emanaba de ella, cómo este se mezclaba con su cálida piel. Apretó y apretó, llevándose la cabeza hacia abajo y cerrando los ojos. Suplicaba. «Por favor, despierta. Por favor». Al principio no supo si lo había soñado o imaginado. Así que volvió a suplicar. Y como si la súplica hubiera sido escuchada por Maia, Nate volvió a sentirlo. Por segunda vez, Maia le devolvió el apretón.

Nate se levantó de la silla entusiasmado y emocionado. Se llevó las manos al rostro de Maia con intenciones de contarle todo lo que habían descubierto sobre Sin Rostro. Sin embargo, no pudo hacerlo. Maia seguía inconsciente. Inconsciente o dormida. Igualmente, Nate llamó a Diana.

Maia despertó horas más tarde. Varios rayos de luz entraban por la ventana y aterrizaban sobre las sábanas que le cubrían medio cuerpo. Abrió los ojos y tuvo que cerrarlos por la luz. Había estado en la oscuridad durante demasiado tiempo.

—Maia, estás bien. ¡Está despierta! ¡Ha despertado!

No recordaba nada.

—¿Jon? —preguntó, entreabriendo los ojos y una vez reconocida la voz que había gritado de alegría.

No recordaba dónde estaba. Y Nate se dio cuenta. Tragó saliva con dificulta, ahora sin una sonrisa en su rostro. Tenía que decírselo.

—No. Nate.

Maia hizo una mueca.

—¿Cómo te sientes? —La pregunta de Diana Merch fue lo que le recordó a Maia todo lo que había pasado. Calculó que ya habían pasado casi tres semanas desde su llegada a la realidad alternativa. Se sorprendió al sentirse tan enérgica.

—Bien —contestó sentándose en la cama—. Estoy bien.

La doctora y el héroe sonrieron satisfechos. Se habían arriesgado, pero el riesgo había valido la pena. De todos modos, la médica decidió examinar a Maia de pies a cabeza para cerciorarse de que todo estaba en orden. Mientras tanto, Nate le puso al día. Y entonces a Maia no le importó que el rosto que vio nada más despertarse no fuera el de Jon.

Porque ya podía volver a casa.

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