Capítulo 3

11 4 2
                                    

Maia tan solo pasó por casa una vez. Recuperó su pequeña maleta, aquella que utilizó en su último viaje junto a Jon (hacia tanto de aquello), y la llenó de algo de ropa limpia. Se marchó antes de que su madre regresara de trabajar, pues sabía que una sola mirada suya bastaría para cambiar de opinión; para abandonar todo eso de superpoderes y misiones para volver a ser una joven universitaria preocupada por aprobar las asignaturas. No hizo falta que se lo dijera, pero Maia sabía que su madre se arrepentía de la decisión que había tomado años atrás. Saberlo no ayudaba a seguir adelante.

De lo deprisa que lo hizo todo, de lo nerviosa y de lo mucho que se estaba obligando a sí misma a no mirar atrás, a Maia le ardían las piernas en cuanto bajó las escaleras del edificio del apartamento y atravesó la manzana. Por un momento, no pudo caminar más, así que se tomó un respiro. No. No es que lo hiciera, sino que su cuerpo la impulsó hasta el banco más cercano, donde alzó la barbilla al cielo y cerró los ojos.

Suspiró de rabia. No le gustaba haberse marchado de casa (quién sabe por cuántos días) sin avisarle a su madre. Pero, al fin y al cabo, fue ella quien le ocultó un secreto que la ha cambiado por completo. Las cartas estaban sobre la mesa y, pese a que Maia así lo quisiese siempre, ahora se debatía entre la decepción y la frustración que la verdad le provocaba, y la compasión por su madre. Porque, a fin de cuentas, seguía siendo su madre. Sus padres.

Y por lo surrealista que todo le parecía, claro. Siempre había creído que los superpoderes eran cosa de ficción.

Pensarlo, solo le provocaba más rabia que solo supo gestionar a base de lágrimas. Varias de ellas le recorrieron las mejillas, otras hasta le alcanzaron los labios. Entre ellas, junto al suave soplo del viento, solo se susurraban tres palabras en su mente:

«Tengo que seguir». Maia nunca fue de quedarse quieta, menos cuando llevaba tanto tiempo sintiéndose fuera de su propia piel.

En cuanto salió del piso franco del SIM, aunque no se lo creía, se prometió a sí misma que todo estaría bien; que esto de la Operación Reizen solo sería una pequeña aventura y que pronto volvería a sentirse ella misma.

Que todo estaría bien.

Que volvería a casa con su madre.

Que sus habilidades secretas no serían más que una decoración navideña de quita y pon y que volvería a la universidad.

Que volvería con su vida.

Maia no tardó en encontrarse con Jon en su casa, que no quedaba muy lejos del banco en el que se había parado a recuperar el aliento. Lo saludó con un suave beso en los labios, que terminó con una mirada preocupada del chico.

―Esto no es buena idea ―dijo tras observar la maleta de su novia―. Cuanto más al fondo estés, más difícil será salir. Recuerda a Alicia.

De inmediato, un Chevrolet negro se detuvo a varios metros de ellos. Max iba al volante; Jessica de copiloto. No tuvieron que tocar la bocina, sino que fue la propia Maia quien, al percatarse de que había ido a buscarla, se acercó al vehículo. En silencio, Jon le ayudó a meter la maleta y su bolsa deportiva, que cumplía la función de guardar la poca ropa que había seleccionado para los próximos días, en la parte trasera del vehículo. Después, ambos se deslizaron a su interior.

―¿Lista? ―Los ojos del agente Moore chocaron con los de Maia, quien, ante la pregunta, se limitó a apretar los labios y a asentir.

Cuando el coche se puso en marcha, primero fue la cadera de Maia la que chocó contra la de Jon. Después, fueron las rodillas. Pero Maia buscó la mano de su novio. Necesitaba su tacto, tranquilidad y que le hiciera la misma promesa que se había hecho a sí misma, aunque sea con una simple caricia o mirada. La halló y Maia sonrió, satisfecha y segura de que, pasara lo que pasase en los próximos días, lo tendría a él. Se animó a plantarle un breve beso en la mejilla, también se atrevió, pese a las miradas curiosas de los agentes, a apoyarse en su hombro.

El otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora