Capítulo 5

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Había silencio; uno que solo se rellenaba con el continuo tic toc del reloj. La cocina estaba en completa calma. Fuera, los pájaros cantaban sus mejores canciones, ahogando el ruido de los motores de los vehículos. El sol, ya en su posición más alta, hacía esfuerzos traviesos y juguetones por entrar por los huecos que dejaban las cortinas. Los intensos rayos del atardecer que anticipaban la noche permitían distinguir cada elemento de la cocina. La puerta, la televisión, las sillas de madera, la encimera de mármol... Parecía que los muebles se habían puesto de acuerdo para abrazar a Maia, como si quisieran transmitirle las fuerzas necesarias para afrontar la pila de hojas que tenía ante ella.

El cantar de los pájaros cesó cuando Maia sacó las manos de debajo de la mesa. Las deslizó con temblores y sudorosas por los muslos e intentó respirar hondo. También cerró los ojos para no tener que escupir un corazón alborotado. Aún quedaban varios minutos para que su madre llegara del trabajo.

Agarró la carpeta, la abrió y volvió a encontrarse con su yo de quince años de mejillas de fuego y mirada llena de estrellas. Recordó cada sonrisa inocente, cada morro manchado de chocolate, cada mapa del tesoro que guiaba hasta un tarro de gominolas, cada domingo de expediciones por la montaña y bosques...

No puedo más. Pasó las páginas con rabia.

De alguna forma, sentía que esa vida, esos recuerdos, ya no le pertenecían; que se había convertido en una desconocida.

Cuando llegó a las últimas páginas del expediente, apretó los puños. Después, se vacío en lágrimas de rabia y decepción.

En la página que tenía delante, se anotaba con una caligrafía irregular la fecha en la que se iniciaron los experimentos; un poco más abajo, en diferentes tonos, los avances de Maia que, al parecer, eran impresionante. No pudo leer las notas al completo, sino que saltó entre párrafos.

«Día 4: otra dosis de Sinaxil. Está haciendo efecto. La sujeto se siente rara y con un leve dolor de cabeza.

Día 7: últimas dosis (2) de Sinaxil. La sujeto reacciona más rápido que los demás. ¿Posible relación con nacimiento prematuro? Se siente ligera. Es buena señal. Mañana comenzaremos con la última prueba.

Día 8: hay mucho trabajo que hacer. Tras la última prueba la sujeto no ha querido seguir con sus dosis. Es más inteligente que los demás. Sus padres están preocupados y no dejan que avancemos con el experimento.

Día 15: más dosis de Sinaxil. Última prueba satisfactoria. Habilidades de la paciente descubiertas.

Día 16: sujeto con muchísima potencial. Primer objeto desaparecido (peso: 800g).

Día 18: experimento suspendido. Causa: padres».

La madre de Maia llegó diez minutos después

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La madre de Maia llegó diez minutos después. Cuando lo hizo, Maia sintió que volvió a quedarse sin aire y, además, sin palabras. Todas las preguntas y acusaciones que había preparado en su mente durante el día se esfumaron.

―¿No habías quedado con Jon? ―Fue lo que le preguntó su madre nada más entrar a la cocina, de donde Maia no tuvo el valor de moverse.

Una sola mirada le bastó para ponerse nerviosa y dudar de si debía o no saltar al vacío con una carpeta llena de pasados que no recordaba. Recordó que su madre llevababa días actuando extraña, inquieta y más fría de lo habitual; quizá con razón.

―Lo hemos cancelado ―medio susurró y se calló; no sabía qué más decir.

Tenía miedo de lo que pasaría si seguía hablando.

Sin embargo, antes de que su madre terminase de tomar un rápido tentempié, Maia dio un paso al frente, armándose de valor.

―¿Qué es esto? ―señaló la carpeta y su madre siguió el dedo índice de su hija con la mirada.

―Una carpeta.

―Léelo. ―La palabra le raspó la garganta.

La mujer le sujetó la mirada por unos instantes. Vació el vaso de agua con un delicado trago y se dirigió a la mesa de la cocina, donde descansaba la carpeta. Antes de empezar a leerlo, se tomó unos segundos para observar a Maia, porque lo cierto era que ya sabía qué había entre esas páginas. Después de tantos años huyendo de una decisión que la perseguía incluso en sueños, el momento de la verdad había llegado.

―Quiero que me lo cuentes todo ―sentenció Maia.

Aun así, no fue capaz de acercarse a la mesa, donde su madre lograba mantenerse en pie a duras penas. Ambas estaban nerviosas, si bien una más enfurecida que la otra. La madre intentó acallar los acelerados latidos del corazón, que se habían transportado a cada extremo de su cuerpo. No lo consiguió. Era imposible.

―Los agentes vinieron por esto, mamá. Tú ya sabías lo que estaba ocurriendo. Sabías que esto pasaría ―se corrigió.

―¿Qué es lo que te han dicho?

―Ya lo sabes. ―Tras una pausa, agregó―: Tengo poderes. Puedo viajar por el multiverso y hacer no sé qué cosas más. Pero lo mejor son los experimentos. Por eso nos fuimos de Estados Unidos, ¿verdad?

―Yo nunca quise nada de esto para ti.

Maia soltó una carcajada irónica.

―Pero lo hiciste. Permitiste que unos extraños experimentaran conmigo. ¡Ni siquiera pude elegir! ¡Me lo habéis ocultado todo! ―Maia no pudo evitar emplear la forma plurar, aún se acordaba de su padre cada día. Él también formaba parte de esto.

―Paramos a tiempo. Lo rechazamos, Maia. Nos fuimos. Te alejamos de ese lugar. Perdónanos. Perdóname.

La joven negó con la cabeza. Sus ojos se habían convertido en cataratas. Se sentía tan defraudada...

―¿Por qué lo hicisteis? ¿Qué ganabais? ―preguntó, de todos modos.

―A tu padre le despidieron y tuvimos que mudarnso a casa de tu abuelo. Nos prometieron que serían unos experimentos inofensivos, que servirían para hacer avanzar la ciencia. Perdóname, Maia.

―Es injusto.

―Lo sé. He pensado en ello cada día.

―Pero nunca me lo dijiste. ¿Lo habrías hecho? ―preguntó tras un breve silencio―. Si nada de esto hubiera ocurrido, ¿me lo habrías dicho?

Maia, sin embargo, no recibió una respuesta.

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