IX - Muerte

428 77 24
                                    

Jason mantenía oculto su rostro entre las manos al tiempo que intentaba acomodarse sobre la mezquina mesa de metal. Se incorporó en su asiento, permitiendo que el aire se le escapara del pecho en un suspiro largo y ruidoso. En ese momento la puerta de la pequeña habitación se abrió de golpe y un hombre en sus cuarentas entró a toda velocidad.

Su mirada era desafiante y fría a la vez cuando se aproximó a él, arrojando una carpeta con documentos sobre la mesa y recargándose en esta con ambas palmas sobre la superficie.

—Cuando quieras atraer la atención de las personas hacia tu patética existencia de nuevo te recomiendo contar chistes baratos. Al menos no te llevarán a la cárcel.

—Yo no hice nada.

—Ah, ¿no? ¿Y qué fue aquello que gritaste ante todos? —Coppola se cruzó de brazos sin dejar de mirarlo.

—Un movimiento social.

El detective se mofó de modo elegante.

—Jason Brown, veinticuatro años, nacido en Florida —enlistó Coppola al tiempo que tomaba asiento delante del periodista—. ¿Qué demonios te trajo a Nueva York? Tienes algunos meses ya por acá.

Jason no pareció sorprendido con toda la información que ese hombre estaba dándole. Sabía bien con quién estaba tratando; no por nada había investigado a los mejores detectives de la ciudad, esperanzado en dar con aquel que tenía entre sus manos el caso del asesino de monstruos.

—Algunos, sí —respondió.

—¿Y bien? ¿Qué haces aquí?

—Investigando. Solo quiero saber más sobre el asesino de monstruos. Soy periodista.

—¿En serio? En mi informe no se menciona ese dato. Veamos...—abrió la carpeta que había arrojado a la mesa al llegar y comenzó a pasar las hojas—. Aquí dice que eres un aspirante a fotógrafo de nota roja. En tu haber no hay más que un par de artículos de mala calidad sobre la vida secreta de algunas celebridades.

—Está bien, soy un maldito aspirante a periodista —interrumpió Jason de modo irritado.

Sam sonrió sin dejar de husmear en la documentación que tenía entre sus manos.

—Tienes en Nueva York el mismo tiempo que el asesino de monstruos lleva asesinando.

Jason se dejó caer de modo cansado sobre la silla de metal.

—Por supuesto, ya le dije que estoy aquí por él, porque estoy haciendo una investigación sobre su caso —intentó explicar de modo infructuoso.

El detective ni siquiera parecía escucharlo.

—Oh, pero también tienes un blog personal en línea —afirmó el hombre—, en el que detallas con precisión las torturas a las que fueron sometidas las víctimas del asesino de monstruos.

Jason dejó escapar un suspiro cansado. Apretó sus ojos con un par de dedos y movió la cabeza en negativa. No iba a permitir que ese hombre lo amedrentara.

—Puede hablar cuanto deseé, pero yo no voy a decir palabra alguna sin un abogado presente. —Coppola entornó los ojos—. Conozco todos y cada uno de mis derechos y sin una orden oficial usted no puede retenerme aquí por más de seis horas si lo que busca es algún tipo de información fundamentada en pruebas que después deberá proveer ante un juez. Claro que, si está deteniéndome oficialmente, deberá tener una causa probable digna de ser defendida en un juicio por el que sin duda alguna voy a luchar.

Coppola se aproximó a él con cara de pocos amigos. Se acercó tanto que sus narices quedaron a un palmo una de la otra.

—Entonces me quedo con las seis horas correspondientes —sonrió. Cogió la carpeta y, sin dejar de mirarlo con aquella chispa de burla, se marchó de la pequeña sala.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora