XXI - Traumas

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Siete años es una edad sumamente prematura para conocer las desdichas de la vida. Una edad tan frágil para entender que no todo lo que habita en este mundo es bondadoso, y que la razón y la lógica no siempre marcan la pauta del ser humano.

Sin embargo, Jhon se vio forzado a vivir los horrores más insólitos a esa tierna edad, sin ningún tipo de cobijo o contención que pudiera brindarle un mínimo de solaz. Ni siquiera por parte de Lillian, su madre.

No podía decirse que fuera una mujer agresiva, no llegaba a eso, por el contrario, Jhon siempre consideró que padecía de una falta total de carácter.


Era una mujer preparada, no obstante. Había estudiado mercadotecnia y se había graduado con honores. Toda su familia se sentía orgullosa de ella, especialmente su madre, la abuela de Jhon. Se sentía hinchada de orgullo al ver que su única hija se había formado de forma estupenda, pese a cualquier pronóstico y a las habladurías de todos a su alrededor.

Ese orgullo se mantuvo latente incluso cuando un buen día, Lillian llegó a casa con la noticia de que estaba embarazada y de que, además, sería madre soltera. La abuela Abby siempre tuvo altas expectativas sobre ella, y se había ofrecido a apoyarla en todo lo que fuese necesario. ¿Por qué no habría de hacerlo? También ella había sido madre soltera y comprendía las bromas que podía hacer la vida.


Sin embargo, Lillian no entregó los resultados esperados. Se había vuelto recoleta, timorata y mediocre. La tristeza post parto y la realidad de lo que significaba ser una mujer joven con un hijo a cuestas le pasó factura demasiado pronto, y para cuando la abuela Abby pudo darse cuenta, ya su hija se había convertido en una mujer de veinticinco años que parecía tener cincuenta. Era una persona amargada, cansada de vivir, de las responsabilidades, del estigma que pesaba sobre ella y de ese hijo que no la soltaba nunca.


Jhon recordaba con nitidez el cariño de su abuela, los gestos de amor, las salidas al parque, los obsequios de Navidad, y sin embargo, no podía recordar un solo beso de Lillian. Nunca hubo un abrazo genuino para él, una caricia, una mirada afable... nada.

La mujer que tenía por madre se asemejaba más a una especie de autómata sin cerebro, un zombie programado únicamente para las tareas más básicas. Era una flor agostándose ante el ardor del sol. O así fue hasta que apareció Brandon Cook a sus vidas. Entonces Lillian pareció recuperar la vida que parecía querer escapársele con una tremenda resistencia.


En esos momentos, mientras Brandon la cortejaba y la invitaba a cita tras cita, Lillian se volvió una madre cariñosa, alegre, positiva. Cantaba mientras preparaba el desayuno y, de vez en cuando, le sonreía con espontaneidad cuando sus miradas se cruzaban por los pasillos. Y pese a que el niño continuaba viviendo sin un abrazo, sin un beso, el cambio le pareció más que fantástico, pues era toda una revelación el tener una madre que, de hecho, parecía estar con vida.


No obstante, la abuela Abby no percibía aquel cambio de la misma manera con que él lo recibió. Las peleas en casa se volvieron cada vez más constantes, hasta que una noche fue tan violenta, que Jhon se despertó a mitad del sueño con sus gritos de fondo. No comprendía los pormenores de aquella discusión, pero terminaron con ellos a la intemperie, un par de mudas de ropa y en espera de la camioneta destartalada de Brandon que acudió a su salvación, solo para llevarlos a un Infierno del que Jhon no iba a poder escapar, ni siquiera durante sus años como adulto.


Pese a ello, Abby continuó frecuentando el hogar que ahora pertenecía solo a Jhon y Lillian y en el que él se sentía como una parte más de mobiliario. Fueron apenas unos cuantos meses hasta que las discusiones y los malentendidos volvieron de nuevo y Lillian echó a la abuela, prohibiéndole visitarla nunca más.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Where stories live. Discover now