XXIV - La inocente Bárbara

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Jhon tenía sobre la mesa un par de papeles, documentos y recortes de periódico, desperdigados por doquier.

Pese a que en esta ocasión, el blanco se encontraba más que identificado, le resultaba prácticamente imposible acceder a él. No era cualquier tipo. Se trataba de nada más y nada menos que Julian White, el comisionado de la policía de Nueva York.


Caronte, de alguna manera, había obtenido información sobre las perversiones del comisionado, entregándole una exhaustiva investigación sobre los sitios que solía frecuentar, sus horarios de trabajo, vida familiar, entre otros aspectos de la vida de Julian, incluso aquellos que hablaban de su doble vida como consumidor de material ilícito que involucraba a menores, y su asociación con aquella maestra de jardín de infantes a quien, de acuerdo a sus reportes, conoció cuando ambos eran unos adolescentes.

Nona parecía tener un interés especial en que acabara con aquel malnacido, seguramente el cazar a un comisionado levantaría aún más los ánimos de la sociedad en general, el cual parecía ser su primordial objetivo.


Sin embargo, Jhon no estaba seguro de poder llevar a cabo semejante empresa. Julian se encontraba muy bien protegido, no salía nunca sin su respectiva caravana de policías, andaba siempre en autos blindados y jamás visitaba lugares concurridos o de interés público.


Se quitó las gafas y se restregó los ojos con cierta pesadez. Necesitaba apegarse al plan y perfeccionarlo. Asesinar a la amante había sido el primer paso para llegar hasta Julian, pero eso no significaba que se encontraba ni remotamente cerca de pescarlo, por el contrario, hacerlo había sido un riesgo terrible que, no obstante, no era capaz de evitar. No sabiendo que esa desgraciada tenía que recibir un castigo.


Se apresuró a coger la fotografía que había recortado del periódico local en la que se capturaba el rostro siempre molesto del detective Coppola.

Sam Coppola. Detective en primer grado, el mejor del condado según aseveraban los medios, fotografiado junto a su equipo especial. La prensa no estaba segura de que eran ellos los encargados de la investigación del asesino de monstruos, pero cuando el propio Coppola interrogó a Jason no le quedó más duda al respecto.

Sabía de sobra que ese hombre era como un rottweiler, agresivo, inteligente y sagaz, cazando liebres cuando se trataba de un caso. Ese hombre era el principal obstáculo en sus objetivos y los de Caronte, pero no podía hacer nada en su contra. No cuando toda la ciudad estaba al pendiente de cada uno de sus pasos.


No podría asesinar al detective encargado de atraparlo así se le fuera la vida en ello, puesto que su mensaje, el motivo por el cual tenía a toda Nueva York en sus manos, era la justicia.

Si se arriesgaba a salirse de los principios que él mismo estableció, entonces daría por perdido todo el apoyo que hasta el momento había amasado.


No. Era imposible ir por ese lado. Tenía que encontrar la manera de poner sus manos sobre Julian White antes de que Coppola se adelantara a sus planes, pero ¿cómo?



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